Economía

Desigualdad, ¿qué se puede hacer?

  • El nuevo libro de Anthony Atkinson pone de relieve que la ideología de crecer primero y repartir después es, desde el punto de vista del análisis económico, inconsistente y falsa.

DOS años después del libro de Thomas Piketty, aparece el de Anthony Atkinson, del que tomamos el título para este análisis. Aunque no tendrá el tremendo alcance de El capital en el siglo XXI es, en algunos aspectos, incluso más interesante, pues se trata de un verdadero manual de política económica sobre la desigualdad, cuyos derechos de edición -fiel a los principios del autor- irán a organizaciones caritativas. No en vano, Atkinson es el maestro de la mayoría de los autores que se ocupan del tema, incluido el propio Piketty.

La desigualdad sí importa

La primera parte del libro trata de responder a la cuestión de por qué la desigualdad importa y cómo puede tener consecuencias negativas, no sólo para la convivencia y la estabilidad política, sino para el funcionamiento de la economía, al impedir un equilibrio duradero entre producción, inversión y consumo. En España veíamos cómo la remuneración de los asalariados era el 50,4% del producto de la economía a principios de 2008, el excedente empresarial el 41%, y los impuestos sobre la producción y las importaciones el 8,7%; en 2015, los porcentajes son del 47,2%, 43,5% y 9,3%, respectivamente. Estos datos suelen cambiar poco, por lo que los más de tres puntos perdidos por las rentas salariales tienen su importancia, sobre todo, porque dentro de los asalariados los empleos peor pagados son los que más han padecido la crisis.

El mismo concepto de igualdad y desigualdad es discutible, pues hay desigualdad de género, respecto a minorías, dentro de países y entre los países, generacionales, entre capital y trabajo, y de las rentas salariales. Como objetivo de política se ha tratado de fijar un estándar de vida, un consumo mínimo, que incluye la posibilidad de pagar el alquiler de una vivienda o una hipoteca, vivir en ella de manera razonablemente confortable, comer de forma adecuada y participar en la vida social del lugar donde se viva; todo esto considerando que la sanidad y educación son públicas. Para ello es fundamental que haya trabajo, pues, por ejemplo, el problema de los desahucios es, antes que nada, un problema laboral, más que financiero o de vivienda. Por otra parte, la distribución puede verse desde la perspectiva del consumo y las necesidades, pero resulta difícil de definir, ya que, por ejemplo, el consumo de electricidad para calefacción o aire acondicionado depende de donde uno viva; sin embargo, la renta es un concepto más fácil de identificar, se puede ver cuál es la renta media, y los grupos de pobreza relativa y absoluta.

Una medida relativa de las rentas depende también de la evolución de la economía. En España aún no hemos alcanzado los niveles de renta por habitante de antes de la crisis, por lo que la situación de las rentas más bajas hay que verlas en una economía más pobre. Si tomamos base 100 en 2006 para el 10% más rico (en renta) y el 10% más pobre en España, el tramo superior estaría prácticamente igual y el inferior habría perdido casi un 35% de sus ingresos reales. Las diferencias salariales y el desempleo, que ha afectado más a los empleos peor remunerados, explica en un 90%, según la Organización Internacional del Trabajo, las desigualdades recientes en España. La percepción por parte de las personas de en qué parte de la escala se encuentra resulta muy engañosa cuando se pregunta y se constata luego con la realidad, pues personas en ese 10% más rico -donde hay gente verdaderamente rica y otra que no- no se consideran especialmente privilegiadas, y ven una renta media como algo realmente miserable.

Propuestas para la acción

La parte segunda del libro de Atkinson son propuestas de actuación concretas que, aunque tienen como referencia la situación en Gran Bretaña, pueden adaptarse a nosotros. Entre los temas que se tratan está el cambio tecnológico, sus efectos negativos sobre algunos empleos, y la necesidad de controlarlo, ya que en buena medida ese cambio se produce en todos los países con el apoyo público básico a la investigación y el conocimiento. Hay que cuidar que la economía de mercado y la competencia no tengan una tendencia hacia el aumento de la desigualdad. Tal como Atkinson lo ve, no es cuestión sólo de buscar igualdad de oportunidades para todos, no se trata de organizar una carrera dando igualdad de condiciones, para que gente que tiene voluntad y capacidad prospere, y otros que no la tienen se queden atrás. Los resultados empresariales o salariales deberían incentivar a los que realizan más esfuerzo, pero debe haber siempre una proporción para que no se agrande la desigualdad a partir de un éxito o fracaso iniciales, o de la buena o mala suerte; al fin y al cabo, las oportunidades tampoco están en general libres del azar del nacimiento y de la herencia.

Al final de esta parte hay 15 propuestas y cinco ideas para reducir la extensión de la desigualdad. Vamos solamente a enumerarlas: controlar y compensar los efectos negativos de la innovación y el cambio tecnológico sobre el empleo y las diferencias salariales; equilibrar el poder de decisión en grandes empresas por consejeros y directivos; un compromiso público de ofrecer temporalmente empleo con un salario mínimo para que no haya prácticamente gente en paro; un salario mínimo legal y un código de práctica empresarial que lo acerque a un salario que permita vivir; una remuneración del ahorro que ofrezca para cantidades limitadas invertidas en bonos públicos un buen interés; lo anterior va unido a la propuesta de que todo el mundo pueda a partir de su trabajo y ahorro tener un patrimonio, que no necesariamente ha de ser una vivienda; un fondo soberano con inversiones, que acumule un importante patrimonio público; una estructura del impuesto sobre la renta que grave progresivamente las rentas muy altas; esto también se aplicaría para propiedades, donaciones y herencias, muy progresivos pero a niveles altos (no como los que tenemos en Andalucía, que afectan a clases medias y bajas); un descuento impositivo o impuesto negativo para las rentas salariales más bajas, que se complementaría con una renta de participación añadida a la protección social básica. Hay una especial preocupación por la pobreza infantil, y se propone una aportación para todos los niños, que sea gravable en el impuesto sobre la renta; y la reconsideración continuada de la seguridad social y su cobertura.

A lo anterior se añaden ideas a explorar como las siguientes: revisar las políticas de acceso a la vivienda mediante crédito, cuyas consecuencias ruinosas vemos de tiempo en tiempo; estimular fiscalmente de manera justa los planes de ahorro privado con distintas alternativas como complemento a la jubilación; considerar la riqueza total como una referencia impositiva; y que haya un mínimo impositivo y de recaudación en la imposición sobre las empresas.

¿Puede hacerse? En la parte tercera, Atkinson trata de responder a esta cuestión con un espíritu positivo, mirando hacia atrás y viendo cómo se han conseguido sociedades más equilibradas en el pasado. Lo considera no sólo como fruto de un pensamiento y una intervención política, sino como parte de la sensibilidad y filosofía social, de manera que -nos dice- su libro quiere ir más allá de los políticos, apelando a la conciencia personal.

Por encima de las adhesiones o rechazos que puedan producir estas ideas, nos queda la frescura y solidez del pensamiento de Anthony Atkison, que a sus 71 años es capaz de producir una obra de estas dimensiones, intentando superar las ideologías simples que enfrentan el esfuerzo personal a la subvención crónica, y reconociendo la complejidad de la desigualdad y la igualdad, como atributos humanos. Y, sobre todo, algo que es importante ahora en España, demostrando que la ideología de crecer primero y repartir después es, desde el punto de vista del análisis económico, inconsistente y falsa.

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