Economía

Radiografía de la recuperación

  • El vuelco de la economía no sólo está creando empleo sino que está permitiendo reducir el endeudamiento respecto al resto del mundo; pero no debemos lanzar las campanas al vuelo.

Aprincipios del año 2008, cuando la crisis empieza a manifestarse, la economía española presentaba todavía una elevada tasa de crecimiento del 3%. Sin embargo, la actividad entró poco después en caída libre. En solo tres trimestres, a principios del 2009, la tasa pasó a ser negativa, del -4%. Excepto durante la Guerra Civil, nunca se había producido una contracción tan rápida. El mercado de trabajo se ajustó vía cantidades y no vía precios, como ha venido ocurriendo siempre en la economía española. Mientras que la demanda de trabajo por parte de las empresas se hundía, los salarios tardaron tiempo en reaccionar y ajustarse a la nueva situación. Sólo durante el año 2009, el empleo se contrajo un espectacular 7%. Nunca antes se había destruido tanto empleo. Sin embargo, a principios del 2009, la masa salarial en España crecía a un ritmo del 5%.

Y lo que era peor: los costes laborales unitarios seguían creciendo y lo hacían a un ritmo superior al de la UE, donde exportábamos el 60% de los bienes destinados al mercado exterior. La productividad total de la economía española, que venía reduciéndose desde el año 2000, no podía compensar las subidas salariales, lo que provocaba no solo la elevación de los costes unitarios de producción, sino la pérdida de competitividad respecto de la UE. Desde principios de la década hasta el año 2008, esos costes unitarios había crecido casi un 20% más que la media comunitaria. Sólo a partir de ese año, y a través de una reducción masiva del empleo, se empezó a recuperar la productividad.

Esa tardía reacción del mercado de trabajo se explica, en parte, por el mayor margen fiscal con que entonces contaba España, de un lado, y, de otro, por la inercia provocada por la inversión en infraestructuras y en viviendas. En el año 2008 se ejecutó el Plan E, que contribuyó a hacernos la ilusión de que con gasto público, y sin un programa similar por parte de los países de la UE, podíamos solventar la crisis.

Adicionalmente, las infraestructuras públicas iniciadas y, sobre todo, el espectacular aumento de la construcción residencial, siguieron una inercia hasta que muchas de ellas fueron finalizadas. La inversión residencial alcanzó, en el año 2008, el 10% del PIB, más del doble que la media de la UE y, aproximadamente, en esa misma cuantía de lo que el ritmo de formación de familias y la compra por parte de extranjeros podía absorber. Ese crecimiento exponencial no se explica solo por el enorme aumento del volumen de viviendas; también porque el precio de las mismas se multiplicó nada menos que por tres en el periodo 2000-2007.

Como ese enorme volumen de inversión no se podía financiar solo con el ahorro interno, los bancos y, sobre todo, las cajas de ahorro, acudieron a gran escala al euromercado, solicitando préstamos para poder atender esa demanda de créditos. Para el conjunto del país, esto significó que la balanza por cuenta corriente pasara de presentar un déficit del 2% del PIB en el año 2000 al 11% en el año 2008. España presentaba entonces el déficit con relación al PIB más elevado del mundo y el segundo en términos absolutos, después de EEUU.

La fuerte desaceleración de la economía y el elevadísimo endeudamiento provocaron rápidamente la reacción de los mercados de capitales. Si en el año 2010, el diferencial del bono español a 10 años respecto del alemán era solo del 1%, saltó a más del 5,5% en el verano del 2012. Durante ese verano, la economía española estuvo al borde del abismo, como se encuentra Grecia en estos momentos. Fueron aquellas palabras mágicas de Mario Draghi, "haremos todo lo que sea necesario, créanme", las que hicieron cambiar de opinión a los mercados de deuda, lo que permitió una relajación paulatina de la presión externa sobre nuestra economía.

Ante tal panorama, las expectativas de los empresarios reaccionaron y se hundieron. Todos los años, desde el 2008, esas expectativas acerca de la facturación, cartera de pedidos y nuevos proyectos, han estado en terreno negativo, volviendo a terreno positivo sólo a finales del pasado año.

La caída de salarios, que ha permitido recuperar parte de la competitividad perdida, el fuerte ajuste fiscal que ha supuesto, entre subida de impuestos y aumento del gasto cerca del 10% del PIB, y la financiación de la deuda pública por parte de instituciones de la UE, han permitido ir saliendo de la crisis. El empleo empezó a crecer el año pasado, el sentimiento de los empresarios se encuentra también en territorio positivo, el coste de la financiación pública se ha reducido extraordinariamente.

Las empresas, por su parte, se han orientado mucho más a la exportación. En los últimos cinco años, las exportaciones se han incrementado un 46%. La balanza por cuenta corriente ha pasado de un déficit del 11% a un superávit del 1,5%. Este vuelco, no solo está generando empleo, sino que está permitiendo reducir el endeudamiento con el resto del mundo y mejorando las condiciones de financiación.

No podemos lanzar las campanas al vuelo. El PIB per cápita es todavía un 7% inferior al que teníamos en 2007. Y la evolución de dos variables, debe preocuparnos profundamente. En primer lugar, el empleo va a tardar entre cinco y diez años para situarse a los niveles de la UE. Esto es un drama. Y en segundo lugar, el déficit público está mostrando grandes dificultades para reducirse y hacer sostenibles las cuentas públicas.

El entorno internacional ayuda, de momento, a que continúe la recuperación. Pero la autocomplacencia y la ignorancia calculada de la realidad, son los peores enemigos para que la economía española continúe avanzando en la creación de empleo, la reducción del endeudamiento y el fortalecimiento del modelo productivo.

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