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Más ilusión que motivos para soñar

  • La afición no responde con su presencia como en las grandes ocasiones, pero apoya al equipo, lo sostiene en los peores momentos e incluso lo catapulta en los últimos minutos

Nada que ver con lo acontecido hace ahora prácticamente un año en aquella visita del Oviedo que el Cádiz afrontaba con un pie -algunos piensan que con un pie y medio- en Segunda A. El ambiente que rodeó ayer al partido de ida de la primera eliminatoria de la fase de ascenso distó mucho del que tiñó la ciudad de amarillo y azul aquel día. En esta ocasión, aunque el bullicio en el exterior del estadio invitaba al optimismo, aunque el autobús que trasladaba a los futbolistas no pudo completar su trayecto y los jugadores tuvieron que recorrer los últimos metros hasta el Ramón de Carranza recibiendo el calor cercano de la gente, lo cierto es que el interior del estadio no presentó ni de lejos una de las mejores entradas que se recuerda, como tenía que haber sido al tratarse de un momento decisivo del curso. Si acaso, al nivel de tantos y tantos encuentros de esta misma temporada. Sólo eso, uno más.

Por triste que resulte, la afición, en cuanto a presencia se refiere, respondió del mismo modo que lo ha hecho el equipo esta temporada, de forma muy discreta. Así, con infinidad de huecos vacíos en la Tribuna y en la Preferencia, y en menor medida en los fondos, el empuje de la hinchada en su globalidad, con excepción de reducidos grupos, casi siempre fue directamente proporcional al juego desplegado por los pupilos de Álvaro Cervera.

Cuando mediado el primer tiempo apretaron e incluso dio la sensación de que embotellaban al Racing de Ferrol, el apoyo de la grada creció significativamente. Ahora bien, cuando la escuadra gallega pasaba a controlar, tocando y tocando, con los locales bien situados en su campo pero aceptando el dominio territorial, el silencio se apoderaba de los seguidores cadistas. Lo que se veía sobre el césped no daba para más.

No obstante, pese a que los aficionados de la Tacita no tienen precisamente razones para andar de fiesta, la ilusión se mantuvo intacta tras el descanso y el ánimo se trasladó al campo hasta la recta final. En efecto, el cadismo apeló al orgullo, al sentimiento, a la fidelidad, para que los suyos se sintieran arropados cuando peor lo pasaban, cuando físicamente empezaban a pagar los esfuerzos, las líneas dejaban de estar juntitas y se temía el desastre en forma de letal contragolpe gallego.

Los cánticos regresaron, el terrible run-run de otras tardes dejó lugar al apoyo constante, incluso con aplausos para los sustituidos en reconocimiento a la entrega, sin valorar, también es verdad, otros aspectos técnicos o tácticos. Ya habrá tiempo para hacer examen individual y colectivo y para pedir explicaciones.

La comunión del cadismo cobró especial relevancia cuando el choque enfilaba su recta final, unos últimos minutos en los que las ideas habían comenzado a desaparecer y cualquier latigazo obedecía más a las ganas del corazón que al razonamiento de la cabeza, unos últimos minutos en los que los seguidores contribuyeron a que el Cádiz no desfalleciera, unos últimos minutos en los que el aliento dio fuerzas pero no bastó para que entrara el balón. Ni la afición es siempre el jugador número 12 ni el jugador número 12 marca siempre un gol.

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