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De libros

El turco sin atributos

  • Yusuf Atilgan retrató en esta novela, por medio de su extraño y ansioso protagonista, las contradicciones y tensiones de la Turquía moderna.

El hombre ocioso. Yusuf Atilgan. Trad. Pablo Moreno. Gallo Nero. Madrid, 2016. 256 páginas. 19 euros.

Pese a los nombres hoy por hoy más reconocidos y publicados en castellano (Tanpinar, Orhan Pamuk, Nedim Gürsel y en parte algunas escritoras como Elif Shafak, Buket Uzuner o Perihan Magden), la literatura turca del siglo XX, desde la década de los 30 hasta la de los agitados 70 y parte de los 80, sigue siendo una gran desconocida en nuestro país.

Hay razones históricas que explican tal vez esta desatención. La nueva Turquía republicana, instaurada por Mustafa Kemal Atatürk en 1923, rompió de cuajo con el canon otomano. Para el imaginario occidental suponía como el fin de un orbe entre exótico e inconexo respecto a la modernidad europea. La nueva Turquía se occidentalizó de forma esquizofrénica. Incluso la lengua turca se transformó asombrosamente. Pasó del uso del alifato árabe al alfabeto latino en tiempo récord. Este cambio afectó a las nuevas formas narrativas que habrían de llegar. En los años 30 del siglo XX autores como Orhan Kemal o Sait Faik integraron la llamada Nueva Literatura. Pusieron su mirada en las duras condiciones del agro en Anatolia (en parte fue una especie de 98 español, pero a la turca). O bien se centraron en las precarias formas de vida que se iban concitando en las ciudades fabriles. Por su parte, como ilustre verso suelto, Ahmet Hamdi Tanpinar seguía inspirándose literariamente en su propia crisálida, aunque no fue ajeno al desgarro que le supuso el tránsito cultural de un mundo a otro.

De entre la generación de los Hijos de la República, el turco-kurdo Yasar Kemal fue más allá de la propia novela campesina (su Macondo sería la región de la Çukurova). En las décadas de los 50 y 60 se afianzó el realismo social, que sin embargo no excluía cierto humorismo (Aziz Nesin). A partir del golpe de estado de 1971 cobró auge la novela política, al tiempo que se abría paso la literatura experimental. El infortunado Oguz Atay fue su máximo exponente. En la década siguiente, el duro golpe de estado de 1980 propiciaría una regresión intelectual. Pero autores de veta posmoderna como Pamuk (La casa del silencio), Nedim Gürsel o la alegórica Buket Uzuner se centraron a menudo en el trauma de la identidad. Ser turco era como ser alguien demediado o incompleto respecto a su lugar concreto en el mundo. Esta literatura posmoderna desembocó ya en este siglo XXI con la alta literatura practicada por autores como Ishan Oktay Anar (el traductor y profesor Rafael Carpintero lo considera una voz esencial -pero desconocidísima aquí- de la nueva literatura turca).

Disculpará el sufrido lector este largo preámbulo, necesario en todo caso para situar al escritor que ya nos ocupa, Yusuf Atilgan (1921-1989), de quien acaba de aparecer su novela Un hombre ocioso. Atilgan, muy estimado por el inevitable Pamuk, conjugó la tradición literaria turca con los patrones occidentales, en especial a través de la narrativa norteamericana (Faulkner sobre todo).

Un hombre ocioso narra el atrabiliario día a día de un personaje llamado C. (al carecer de nombre Atilgan acentúa su voluntaria anonimia y su espíritu ácrata). Se dedica a deambular por las calles, las tabernas y cafeterías, los cines de aquel cambiadísimo Estambul de los 50. Casi todas sus andanzas se concitan en la zona europea y mundana de Beyoglu. C. viene a ser como la versión estambulí del hombre que acepta y muestra su inadaptación al cuadro social que lo acosa. Todo le resulta ajeno, lo mismo la multitud, los edificios iguales e igualitarios, las encomiendas laborales, el rebumbio del tráfico. En cierto modo podría recordarnos al hombre sin atributos de Musil. Pero también nos remite a los orígenes de aquel hombre engullido por la multitud que barruntaron Poe y Baudelaire. No trabaja nunca. Pero C. se muestra como un auténtico manirroto, mientras lee literatura de postín, bebe raki y persigue a mujeres solitarias y atractivas por las calles, como un Casanova del Bósforo, obsesionado singularmente por las piernas femeninas (un lastre heredado de su repudiado padre).

Cualquiera diría que C. es el retrato de un hombre soez. Pero Yusuf Atilgan nos muestra su envés, el que nos hace descubrir que tras esta especie de misantropía estética y hasta esnob se oculta un alma aterida por los espantos del ayer. "Nadie ha sufrido tanto como yo el suplicio de haber nacido hombre", confiesa. Por eso bebe para librarse de su desesperación o lee literatura extranjera en la cama, ajeno al mundo de ahí afuera, al Estambul que recrece espantosamente a orillas del Bósforo. La ciudad es en sí misma un personaje, si bien se nos dibuja sin concesión estética alguna, carente -por fortuna- de todo exotismo. La lograda traducción de Pablo Moreno ayuda a situar al ocioso C. en el contexto histórico de una Turquía en permanente mutación. Quien quiera hallar en esta novela harenes, olores a especias, paisajes transidos entre alminares y bulbos de mezquitas, deberá buscar otra cosa.

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