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De libros

Bajo el ala del titán

ERA un sábado de mayo y era Sevilla. Me había pasado la mañana firmando en la Plaza Nueva, acababa de hacer una entrevista con Matilde Asensi y Paco Correal. Aquella fue mi primera feria del libro; El tiempo entre costuras aún no había cumplido un año en las librerías. Fuera de la caseta me esperaban unos amigos dispuestos a arrastrarme tan pronto como pusiera la capucha al rotulador. Diez minutos después estábamos en la barra de Barbiana, apenas había dado un par de sorbos a mi copa de manzanilla cuando el móvil empezó a sonar. Al otro lado, una voz cómplice de Planeta me lanzó un breve mensaje. -Vuélvete a la carpa central. José Manuel Lara te quiere conocer-.

No recuerdo la ropa que yo llevaba puesta, pero sí la de él: camisa blanca y una chaqueta mil rayas en tonos de azul. Me impresionó su estatura, su corpulencia, su afabilidad. Tras los besos y las frases protocolarias, me pasó un brazo por encima de los hombros y me desgajó del grupo; yo me sentí diminuta bajo el ala de aquel titán. Inclinó la cabeza para ponerse a mi altura, volcó su voz en mi oído. ¿Te estamos tratando bien? Ésa fue la pregunta que me hizo: no me habló de ventas, ni de proyectos futuros o de enredos editoriales. Cómo nos estamos portando contigo, eso quiso saber simplemente. El factor humano por encima de todo lo demás.

Después de aquel encuentro vinieron muchos otros. En cenas del Premio Planeta; en Liber de 2014, cuando nos conmovió con un emotivo discurso sobre la pasión de ser editor. En la boda de su hijo Pablo, o el día en que me invitó a almorzar en sus cuarteles del edificio de Diagonal para intentar convencerme de algo que aún tengo pendiente con él.

En mi memoria, sin embargo, quedará para siempre grabado aquel mediodía de primavera sevillana, cuando un hombre me acogió bajo su abrazo imponente y me hizo saber que -a pesar de su poder, de su gloria, su fortuna o su influencia- la cuestión humana era para él algo imprescindible y elemental.

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