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Cultura

La atracción del abismo

  • Se publican por primera vez en español las memorias noveladas de Maurice Sachs, uno de los autores más brillantes y odiosos de la Francia ocupada.

EL SABBAT. Maurice Sachs. Trad. Lola Bermúdez. Prólogo de Alfredo Taján. Cabaret Voltaire. Madrid, 2015. 480 páginas. 23,95 euros.

Menos conocido que otros escritores adscritos a la órbita colaboracionista, formada por los franceses que se entendieron con los nazis o los apoyaron en los años negros de la Ocupación, Maurice Sachs es uno de los más paradójicos y singulares de un grupo muy heterogéneo en el que casi todos lo eran, aunque por razones distintas. En efecto la germanofilia, el antisemitismo, el compromiso con los invasores o la proximidad a los principios del Nuevo Orden, variaban según los casos y no puede por ello hablarse de grupo propiamente dicho, pues las diferencias entre Céline o Drieu La Rochelle, por citar a dos autores ineludibles del periodo, eran notables aun cuando coincidieran en la adhesión a la política criminal de Alemania. Igual sucede con los juzgados menores -Brasillach, Rebatet, Châteaubriant, Jouhandeau, Montherlant- o con otros a los que se acusó de tibieza. Sachs, que en realidad se apellidaba Ettinghausen, no era el único homosexual entre los citados, pero su perfil se hace tanto más excepcional teniendo en cuenta su condición de judío, que increíblemente no le impidió -sabemos por Modiano que no fue el único caso- actuar como agente de la Gestapo.

La "vida crápula" de Maurice Sachs, como la calificó en su biografía (Melusina) Enrique López Viejo, abunda en episodios horrendos que alcanzaron el grado máximo de la abyección cuando estalló la guerra. Estafador, traficante, delator, proxeneta, la relación de cargos es abrumadora y convierte a Sachs en un personaje ciertamente abominable, pero el rastro mefítico de su trayectoria no contradice el hecho de que fuera, con todas sus miserias, un escritor de gran talento. No llegó a cumplir los cuarenta y su obra fue conocida en su mayor parte de manera póstuma, escrita en los últimos años de un itinerario tan truculento que parece inventado y del que él mismo -que no era, como Ruano, de los que se confesaban a medias- dejó noticia. Así lo hace en estas memorias noveladas, El sabbat, que estaban inéditas en castellano y han sido traducidas por Lola Bermúdez para Cabaret Voltaire, en un volumen generosamente introducido por Alfredo Taján que sitúa, con precisión y buena prosa, el lugar especial que ocupa Sachs en la con frecuencia simplificada "genealogía collabo".

Redactado antes de la guerra, El sabbat no vio la luz hasta 1946, cuando aún funcionaban los tribunales de depuración que fueron especialmente severos con los escritores acusados de colaboracionismo. La obra fue recibida con una mezcla de escándalo -los diarios hablaban de le diabolique auteur o d'un Néron pestiféré- y fascinación culpable, derivada de la "cruda franqueza" de un memorialista que contaba abiertamente sus relaciones homoeróticas y más aún del encanto tóxico que transmitía su escritura. Es ilustrativo cotejar el Diario de un joven burgués en tiempos de prosperidad (1919-1929) del mismo autor, donde se respira la alegre despreocupación de los felices veinte, con los Recuerdos de una juventud tormentosa, que fue el subtítulo elegido por Sachs para El sabbat. En el primero, publicado en 1939 y traducido entre nosotros como París canalla (Trama), se narraba en presente la época dorada de las vanguardias, vivida desde la primera línea por un muchacho -"Éramos todos gente sin edad. O quizás tuviésemos todos veinte años"- felizmente ocioso que se siente parte de una minoría privilegiada y recrea el espectáculo con inusual frescura. El sabbat, en cambio, sin renunciar al cuadro de época en el que vuelven a aparecer las figuras tutelares de Gide o Cocteau y muchas otras del gran mundo parisino, refleja la "mente tortuosa" de un escritor que pasó de la picaresca a la delincuencia, fatalmente seducido por el lado oscuro. Muchos escritores han sentido la atracción del abismo, más o menos teatralizada. Sachs se arrojó a él con una determinación verdaderamente demoniaca.

Maldito en todos los sentidos, Sachs fue un libertino sin escrúpulos que malbarató su potencial para la literatura, pero este era tan alto que sobrevivió a su autodestrucción personal y sigue brillando por encima del malestar que provoca una personalidad rayana en lo patológico. A propósito de su muerte, ocurrida cerca de Hamburgo donde se había integrado en el Servicio de Trabajo Obligatorio que los nazis impusieron a Francia, recuerda Taján que circularon varias versiones: ejecutado en una de las marchas de traslado de prisioneros, fallecido en un bombardeo aliado o asesinado por sus propios compañeros de cautiverio. Quienes sostuvieron este último testimonio, al parecer fabulado, precisaron que luego de golpearlo brutalmente habían arrojado su cadáver a los perros.

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