Carlos Pardo. Periférica. Cáceres, 2014. 240 páginas. 18,50 euros
Ya habitual en el periodismo o la crítica, el término autoficción tiene algo que lo hace antipático, pero lo cierto es que resulta útil a la hora de definir una forma de narrativa que no siendo de hoy, pues abundan los precedentes, señala una de las tendencias más fecundas de nuestro tiempo. Con El viaje a pie de Johann Sebastian, su segunda novela tras Vida de Pablo (2011), el poeta Carlos Pardo vuelve a explorar ese territorio difuso donde conviven la ficción y la autobiografía, y aunque esto último, en el fondo, no importa tanto cuando se trata de valorar el alcance de un libro o simplemente de disfrutarlo, la identificación entre el autor y el narrador condiciona de algún modo la lectura. En tanto que lectores sólo podemos decir que el juego funciona a veces -es el caso de esta novela, que brilla a una altura infrecuente- y otras no, por razones que tienen que ver con el estilo y la ambición del planteamiento, pero también con la capacidad para retratar vivencias significativas, concernientes, sin necesidad de subrayados, y con la honestidad que demuestre el autor a la hora de recrearlas.
"Ni mentira ni verdad", dice el narrador para definir su relato, pero ya sabemos que la verdad literaria es otra cosa y esa, la que cuenta, es la que otorga valor a El viaje a pie de Johann Sebastian. Desde el presente marcado por la enfermedad de unos padres divorciados que necesitan ser atendidos, lo que ha provocado tensiones y enfrentamientos entre sus cinco hijos, el protagonista, que es uno de ellos, traza un cuadro de época que evita el costumbrismo amable y de hecho llega a incomodar al lector o lo sacude, sin por eso caer -y se habla de situaciones duras- en lo patético. Todos han seguido rumbos erráticos y sus respectivas debilidades se exponen con crudeza, pero desde una posición que busca comprender -no justificar, no buscar atenuantes- aunque sea doloroso. El propio narrador evoca desde la distancia sus años de formación, instalado en un horizonte de precariedad que se extiende a toda una generación y es retratado con una lucidez exenta de autocomplacencia.
Esa veta reflexiva, pero apegada a lo concreto, convive con pasajes más ligeros dentro de un marco general realista, interrumpido por la interpolación del relato autónomo que da título a la novela, donde se cuenta el largo "viaje a pie" del joven Bach para estudiar junto a su maestro el organista Buxtehude. Sorprendente en principio, el relato aporta claves sobre la "estructura de la fuga" que sustenta el conjunto y ofrece, entre líneas, algo parecido a una poética narrativa, pues la propia escritura como espacio de liberación o de reconocimiento ocupa un lugar central en la novela. Otros capítulos reproducen El pequeño diario de mi madre, personaje conmovedor en el drama familiar, o un fragmento escrito por un hermano o textos propios antiguos. Dispuestos a retazos, en una secuencia que no sigue un desarrollo lineal, todos ellos forman una unidad de sentido que va más allá de la experiencia propia.
Pardo propone una doble inquisición que aborda a la vez el desmoronamiento de una familia y de las coordenadas que un día parecieron seguras, relacionando los planos individual y colectivo -lo personal es político- de un modo sutil, nada doctrinario. El primero, con la familia como telón de fondo, se resuelve a través de una descarnada radiografía que podría compararse, por su voluntad paradigmática, con la famosa de El desencanto, pero -conviene resaltarlo, porque importa en el plano moral- aquí la exhibición del daño no va acompañada de la atribución a otros de los fracasos o las perplejidades. De hecho el narrador huye de los discursos victimistas, proyecta una mirada irónica e implacable sobre sí mismo y no se permite ni la autocompasión ni el autoengaño. E igual respecto a lo que llaman el compromiso. Renunciando a la denuncia de trazo grueso, Pardo demuestra que hay formas de analizar críticamente la realidad que no pasan por la soflama panfletaria, al tiempo que devuelve la dignidad -falta hace, pero basta de arengas- a una palabra tan manoseada como pueblo.
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