Isabel Coixet. Cineasta

"Para comedias fáciles sí hay financiación; para otras cosas, hay que partirse el cobre"

  • La directora estrena el viernes 'Nadie quiere la noche', un drama fiel al cine de aventuras ambientado en el Polo Norte, rodado en condiciones extremas y protagonizado por Juliette Binoche.

Antes de Aprendiendo a conducir, presentada en la pasada edición del Festival de Málaga, donde fue reconocida con el Premio Retrospectiva Málaga Hoy, Isabel Coixet (San Adrián de Besós, 1960) se metió en la aventura de su vida con Nadie quiere la noche, que inauguró la última Berlinale y que se estrena el próximo viernes. Juliette Binoche encarna en el filme a Josephine, la mujer del explorador Robert Peary, que en las primeras décadas del siglo XX se internó en el Polo Norte hasta límites entonces ignotos. La película, rodada en su mayor parte en Noruega, cerca del Ártico y en condiciones extremas, narra la odisea de la protagonista en busca de su marido en compañía de una esquimal (a la que interpreta Rinko Kikuchi, fiel aliada de Coixet). Gabriel Byrne figura también en el reparto de una producción inspirada en el cine clásico de aventuras que constituye, en esencia, un homenaje a la pantalla grande.

-¿Cómo conoció a Josephine?

-El proyecto nació con el guión de Miguel Barros. Cuando me lo envió me pareció maravilloso, pero también ajeno por completo a mí. Era una historia fascinante sobre la conquista del Polo Norte que llegaba hasta los mismos confines de la humanidad, pero ¿cómo podía rodar yo eso? ¿Cómo iba a ser capaz de liarme a hacer una película llena de nieve, frío, aludes y perros, yo, que nunca había montado en trineo? Sin una historia como la de Josephine nunca se me habría pasado algo así por la cabeza. Pero al final, ya ves, su viaje me fascinó y decidí embarcarme en esto. Al fin y al cabo, el cine también consiste en hacer cosas que no tienen nada que ver contigo. Ahora sí puedo decir que he montado en trineo, que sé lo que es quedarse aislado por la nieve y que he corrido riesgos incluso peores.

-Aunque su sello como cineasta esté también presente, especialmente en las relaciones entre los personajes, ¿hay una directora nueva tras el nombre de Isabel Coixet en Nadie quiere la noche?

-He aprendido muchísimo. Siempre que digo esto me siento ridícula porque soy consciente de que hay mucha gente jugándose la vida con otros trabajos, pero hacer esta película, bajo un clima imposible y con un tiempo limitado, ha sido muy difícil. Sin embargo, donde más he crecido como directora ha sido en las escenas que rodamos en los estudios, en Bulgaria y en Canarias. Aquí todo era más cómodo, claro, pero había que imprimir una sensación de continuidad y de unidad respecto a lo que habíamos rodado en Noruega. Se trataba de que el público siguiera sintiendo frío, el salto no debía percibirse. Y quizá esto ha sido lo más complejo del proceso. Afortunadamente, he contado con los colaboradores precisos para llevarlo todo a buen puerto, en el vestuario, en el diseño de producción y en todo lo necesario. Sin ellos no habría sido capaz de lograrlo.

-¿Tuvo que lidiar mucho con Juliette Binoche en medio del hielo?

-En absoluto. Siempre digo de ella que es una actriz muy soldado. Mientras todos estábamos allí sin saber casi cómo respirar ella no se quejó ni una sola vez del frío ni del peso del abrigo, y créeme, el abrigo que lleva en la película pesa un quintal. Además, ella también fue de gran ayuda durante el rodaje en los estudios a la hora de darle unidad y verdad a la película.

-La cinta presenta grandes contrastes entre los grandes paisajes abiertos, llenos de luz, y los pasajes nocturnos, mucho más íntimos y a veces claustrofóbicos. ¿No teme que la escena en que las protagonistas quedan sepultadas bajo la nieve, con varios minutos a oscuras, llegue a incomodar al espectador?

-Es que lo queríamos generar con esa escena es justamente la sensación que se tiene cuando te quedas atrapado bajo la nieve en un iglú. No es agradable, desde luego, pero queríamos llevar al espectador justo a ese punto, porque también ese aislamiento extremo forma parte del viaje. Para ello contamos con el asesoramiento de algunos inuits que nos dieron datos muy precisos y que lo han vivido en sus propias carnes, así como de exploradores del Polo que también han pasado por lo mismo.

-Esa transición continua entre luz y oscuridad debe mucho también al director de fotografía, Jean-Claude Larrieu, otro viejo colaborador suyo. ¿Se imagina haciendo cine sin él?

-No. Larrieu y yo hemos trabajado ya en siete películas y en cada una de ellas he estado más convencida de su talento. Es un verdadero poeta de la luz. Es más, creo que a nivel internacional sigue sin ser reconocido como merece. Es cierto que en Nadie quiere la noche el nombre de la directora es el que es, pero tengo que admitir que la película es tan suya como mía.

-Viendo Nadie quiere la noche no resulta difícil adivinar que se ha acordado mucho de David Lean rodándola. ¿Tenía una deuda con el cine clásico de aventuras?

-Sí que hay mucho de David Lean, sobre todo de Doctor Zhivago, por razones evidentes. Pero también de Nanuk, el esquimal y, sobre todo, de Dersu Uzala de Akira Kurosawa. Me interesaba especialmente que el espíritu de esta película estuviera presente. Rinko [Kikuchi], que es una actriz muy disciplinada, la vio varias veces antes del rodaje, y entendió perfectamente las razones.

-Después de Nadie quiere la noche rodó Aprendiendo a conducir, que sin embargo se estrenó antes comercialmente. ¿Cómo fue la aventura de narrar una comedia romántica ambientada en Nueva York después de las duras condiciones del Ártico?

-Si te digo la verdad, fue un paseíllo. A ver, cada película tiene su dificultad, y Aprendiendo a conducir no fue una excepción. Pero disfruté mucho el proceso, para nada tuve que soportar el sufrimiento de Nadie quiere la noche. La principal diferencia entre los dos rodajes es que en el de Aprendiendo a conducir tenía plena conciencia de la realidad: sabía exactamente qué imágenes quería y cómo conseguirlas. En Nadie quiere la noche íbamos a ciegas, sin saber realmente qué era lo que podíamos mostrar. Cuando hicimos los primeros viajes para ver las localizaciones todo estaba lleno de niebla, e imprevistos así te hacen perder tiempo y energía. Hemos tirado de intuición, pero, realmente, hasta que no ves el material rodado no sabes bien qué va a pasar.

-¿Hay algún ánimo feminista en su decisión de dirigir la película? ¿Tal vez la intención de contar la historia de las grandes hazañas desde una mirada de mujer?

-Más que contar la historia desde otra mirada, me apetecía contar lo que no se ha contado. A menudo, cuando se narran las grandes exploraciones, se repara únicamente en los líderes, los que ponen la bandera. Pero para que ellos lleguen a hacer eso hay otra mucha gente detrás que les allana el camino y sin la que estas empresas no podrían culminarse. Me interesaba contar la historia de quienes acompañan a los héroes, porque son tanto o más imprescindibles. En el caso de Josephine, ella fue la primera mujer blanca que dio a luz en el Ártico, y todo fue por ir a buscar a su marido. Por no hablar de los inuits, que ya llevaban en el Polo Norte tres mil años cuando llegó el primer explorador.

-En cuanto al futuro inmediato, ¿confía en encontrar una mayor facilidad para hacer cine en España, ahora que parece que va a haber más financiación?

-Hace poco leí las memorias de Michel Piccoli, y en un momento se preguntaba: "¿A qué productor podría uno vender hoy día la idea de hacer una película sobre cinco tipos gordos que deciden suicidarse comiendo?" Pues eso. Para comedias fáciles y superhéroes siempre hay financiación. Para otras cosas, tenemos que partirnos el cobre. Pero así es este negocio. Nadie dijo que iba a ser fácil.

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