Cádiz CF

De la ilusión a las tristes lágrimas en 90 minutos

  • La grada vuelve a repetir la experiencia de anteriores fracasos

Dos niños simbolizan la imagen del desencanto. Cada 15 días, en el césped se dedican a surtir de balones durante el partido. Otro eslabón más, quizás insignificante, para alcanzar el objetivo: subir a Segunda División.

Dos niños que, posiblemente, no han vivido todavía una alegría en el Carranza. Sí tendrán el recuerdo del ascenso en Irún, pero su corta edad no les permitió sentirlo como lo hubieran hecho ayer. Sobre el césped, con sus ídolos. Un lugar inmejorable. Para ellos, los ascensos de Jerez y Las Palmas ya forman parte del Pleistoceno. Más cerca tienen todas las desilusiones posteriores. Hércules, Mirandés, Castilla, Lugo, Hospitalet, Oviedo... y ahora Bilbao Athletic.

Tumbados sobre el césped, sus lágrimas son el símbolo de una nueva frustración. Otra más. Ya son demasiadas. El pozo es muy hondo. Cuanto más años pasen, más difícil será salir de él. Igual o peor será tener que convencer a chavales como esos dos niños que no deben abandonar el azul y el amarillo frente a lo fácil que supone ser de un equipo vencedor, con el constante avasallamiento mediático en favor de los grandes clubes. Un Messi o un Cristiano luciendo a la espalda en un patio de colegio frente al escudo con Hércules y sus dos leones.

Cuando llega la desilusión es porque antes ha habido una mínima esperanza. Porque la había, a pesar de los golpes. Carranza se engalanaba por tercera vez. Cinco años en Segunda B son una losa, que se suma, irremediablemente a los 10 anteriores. En dos décadas, hasta la épica ha abandonado al Cádiz. Pero la ilusión se mantenía.

Ya en el calentamiento, el mensaje era clarificador por lo que había sucedido en San Mamés. "Échale huevos", gritaba la grada para dejarle claro a los jugadores que no se podía repetir lo del partido de ida.

En Fondo Sur, Macarty, que en la gloria sigue sufriendo con su Cádiz, presidía la salida de los jugadores ante el aplauso del respetable. "No me arrepiento de este amor". Pero todo amor tiene su desamor, aunque cueste despegarse de él.

La grada, como el equipo, acusó el calor. Incluso le costó entrar en el encuentro, porque aunque había esperanza, la desilusión ya venía desde San Mamés. Sin embargo, se lo creyó con el gol de Jona y ya ahí sí que comenzó a llevar en volandas a los suyos.

Hasta el momento final, antes de que Salinas cerrara con su gol el partido, el comportamiento fue de 10. Pero hasta ahí. Lo de después, con la lluvia de botellas desde la grada, fue una imagen lamentable que ya ha dado la vuelta por toda España y que no se puede justificar por la tensión. Un mal epílogo.

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