Pasar una mañana por la verja del Centro de Promoción del Menor Eduardo Benot permite oír juegos y canciones del conjunto de niños discapacitados o con riesgo de exclusión social que participan en el campo de trabajo que dirige la Asociación Alendoy. Son el resultado del verano alternativo que han decidido vivir un grupo de jóvenes que escogieron, un invierno, ser voluntarios en verano.

Raúl Perales, director del Instituto Andaluz de la Juventud, visitó ayer el centro en el que la Asociación Alendoy lleva a cabo, desde el 17 de julio y hasta el 31 de este mes, el campo de trabajo titulado 'Experiencias de intervención social e integración con personas con discapacidad psíquica y menores en riesgo de exclusión'.

Este consiste en dar alojamiento y manutención a un grupo de 25 jóvenes, procedentes de diferentes puntos de España, de entre 18 y 30 años, a cambio de su colaboración como voluntarios, de la cual se beneficiarán un total de 100 menores, la mayoría residentes en La Barriada de la Paz.

Álvaro Zaldívar, educador y presidente de la Asociación Alendoy, explicó que los chicos llegan muy motivados: "Los voluntarios se van encantados y nosotros nos quedamos maravillados por su trabajo e implicación, sino no llevaríamos 9 años haciéndolo".

Dicha participación tiene varias recompensas: La primera, las sonrisas que devuelve el voluntariado. "Una experiencia muy gratificante" es la frase común tanto de participantes como de monitores. La expresión de sus caras y la de los niños mientras desarrollan los talleres o hacen "un Mazinger Z" en el patio es la materialización de la misma.

La segunda, dado que no sólo de trabajo vive el voluntario, descubrir la ciudad, objetivo previsto por la organización que establece una serie de actividades para que los jóvenes disfruten de las tardes y noches gaditanas, tales como comer "pescaito frito". En palabras de Raúl Perales: "Los participantes han agradecido mucho descubrir el adobo".

Detrás de cada niño hay una necesidad que cubrir, detrás de cada colaborador que la satisface, una historia que contar. Tomás E. Torres es un joven valenciano que ha regresado a Cádiz , después de su participación en la misma actividad hace dos años. Su apreciación personal es que un campo de trabajo puede ser un compendio de todo tipo de experiencias, desde conocer gente y lugares, hasta convivir. Reconoce emocionado: "Al volver al centro dos niñas se acordaban de mi y cuando nos vimos nos fundimos en un abrazo".

Muchos de ellos cursan estudios de educación u otras disciplinas relacionadas, lo que hace que esta oportunidad se les presente, además, como una forma obtener experiencia. Es el caso de Cristina Baro, sevillana y estudiante de psicología que realiza acciones de voluntariado por primera vez. Sus impresiones al respecto carecen de sinónimos pero no de entusiasmo: "Genial, genial, genial". " Para el año que viene seguro que repito. Me encanta".

Otros jóvenes llegan motivados por todo lo contrario, es decir, por la posibilidad de desarrollar experiencias cuyas titulaciones no les permiten. Así, un murciano, estudiante de ingeniería, Salvador Hernández, relata: "Hace 3 años empecé con el tema social y lo vi bastante más gratificante. Desde entonces siempre hago sociales".

Una de las ventajas que aporta a la iniciativa el hecho de que los miembros provengan de diversas localidades es que cada uno trae recursos propios, tales como canciones o juegos desconocidos por sus alumnos, según Álvaro Zaldibar, a lo que Raúl Perales añadió: "Quizás este sea uno de los mejores remedios contra el estereotipo y contra los prejuicios, al unir a tantos jóvenes de distintas culturas y de distintos territorios".

Un patio lleno de niños, juegos que no necesitan una pantalla de televisión y un grupo de jóvenes que disfrutan de un verano que les regala sonrisas.