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Pesca

Los últimos rederos

  • La única empresa de redes de Cádiz pone en marcha, con la colaboración de la Junta, un taller para jóvenes en el que les enseñan un oficio en peligro de extinción.

En una de las callejuelas del cada vez más decadente muelle pesquero se esconde el único taller de redes que queda en Cádiz. Un modesto cartel, en el que puede leerse con letras doradas Sucesores de Pepiño SL, corona el dintel de una puerta por la que se desparraman paños de redes a medio coser y cuyo destino final son los caladeros de marisco marroquíes. Es una profesión dura pero con la que se puede ganar un buen dinero, siempre que se tenga una espalda a prueba de dolores y manos de cirujano.

Con echar un rápido vistazo se constata que el de redero es un oficio que se va perdiendo. Algunos de los trabajadores de Alberto Arlandiz, el gerente de la empresa que heredó de su padre Francisco, aún se mantienen en activo pese a haber superado con creces la edad de jubilación. Lo hacen por dinero, claro está, porque compensa conseguir un sobresueldo, aunque para ello la pensión se reduzca en unos cuantos cientos de euros. Pero también porque saben que su labor es muy importante para una treintena de barcos que componen la flota de clientes de los sucesores de Pepiño.

La realidad es que no es fácil encontrar operarios con la experiencia necesaria para hilar unas redes que llevan el sello y la maestría de Pepiño El Valenciano, el abuelo de Alberto. Francisco, el hijo del fundador de la firma, sigue a sus 75 años dándose vueltas por la nave del muelle pesquero para ayudar con sus consejos y su experiencia a los que hasta hace poco tiempo eran sus trabajadores. “Al ir disminuyendo en Cádiz la pesca de arrastre cada vez se hacen menos redes, y nuestra profesión se va perdiendo”, dice Francisco con cierto pozo de amargura.

Precisamente para intentar introducir una bocanada de aire fresco a la tradición, la empresa ha llegado a un acuerdo con la Junta de Andalucía mediante el cual la pasada semana se ha puesto en marcha un taller que imparte un curso de 200 horas a jóvenes que deseen convertirse en rederos, un oficio que se muere por falta de gente. “Antiguamente, en los años 50 y 60, bajaban los chavales del barrio de Santa María e iban aprendiendo la labor desde muy jóvenes, pero ahora es complicado encontrar a personas interesadas, así que por eso hemos puesto en marcha este taller con el que esperamos hacer ver que esta profesión puede ser una salida a la situación de desempleo que vive el sector”, cuenta Francisco. 

Entre los jóvenes hay tres chicas y cinco chicos. En el Norte de España y la zona levantina se estila que el oficio de confeccionar y reparar redes esté prácticamente copado por mujeres, pero en Cádiz siempre ha sido una labor más de hombres. Gema es una de las alumnas del curso. “Trabajo como camarera, a veces hasta la madrugada, pero a las ocho estoy aquí porque quiero aprender otro oficio. Desde pequeña me ha gustado hacer punto, y quiero probar con esto por si encuentro un futuro profesional”, dice mientras clava su mirada en la red de nylon que cose con esmero.

Antonio, parado gaditano de 26 años, es otro de los jóvenes que ha decidido echar las redes en el inestable mar del empleo en Cádiz. “Mi madre se enteró de este curso y me avisó para que me apuntara. De momento estoy contento, estoy aprendiendo y a ver si hay suerte y podemos abrirnos camino en el mercado laboral, porque en Cádiz está la cosa muy mal, vamos cumpliendo años y no encontramos un camino que seguir. Y es desesperante”, confiesa.

Entre los ocho alumnos también está Ismael, para quien la mar no es una desconocida. Marinero de profesión, actualmente sin empleo, ha visto en las redes la posibilidad de no desvincularse del mundo náutico. “Nunca había reparado redes pero creo que es algo que me puede venir bien para el futuro”.

La nave de los Arlandiz es un ordenado desorden de redes, muchas de ellas perfectamente catalogadas a la espera de ser recogidas por sus compradores, y otras que se desbordan por el suelo para ser cosidas hasta formar el entramado donde quedarán atrapadas las gambas, los langostinos, los chorizos, marisco de Marruecos, un país cuyos armadores forman sociedades mixtas con otros españoles. “Antes, hace unos años, los barcos llevaban 18 españoles y tres marroquíes, pero ahora es al revés, son ellos los que controlan la tripulación”, dice Francisco, que ha notado en sus carnes el cambio del negocio. “La reglamentación comunitaria nos exige que las puntas de los copos, donde queda atrapado el marisco, tenga 50 milímetros de luz únicamente”.

Cada una de las redes que confecciona Sucesores de Pepiño SL puede costar unos 2.500 euros. Antes cada barco podía llevar entre seis y ocho redes. Nos cuenta que los arrastreros faenan con dos redes a la vez, en lances de dos horas, cinco veces al día, de ahí la importancia de contar con un material de primera calidad, como la que da una empresa que se instaló en Cádiz en 1940. Francisco echa la vista atrás y recuerda la historia de una tradición. “Mi padre era de Villajoyosa. Mi abuelo era maestro redero, como su padre anteriormente, ya somos muchas generaciones de rederos. Decidió venirse a trabajar a Cádiz en el año 40 y yo ya nací aquí, un año después. Lo conocían como Pepiño El Valenciano. A los 16 años yo ya comencé a trabajar con él. Eran otros tiempos. Entonces teníamos al menos 200 barcos a los que suministrábamos las redes, y en el taller éramos una veintena de operarios. Y ni así dábamos abasto”.

En todo este tiempo no sólo han cambiado los hábitos y el propio muelle gaditano, en el que apenas si descargan algunos barcos con sede en Barbate, sino también los materiales. “Las redes ahora son de nylon, más resistentes que las de cáñamo y algodón”, que eran las que utilizaba Francisco cuando inició su travesía en las artes náuticas. “Se les daba un tinte y luego un baño de alquitrán, para evitar que se pudrieran al estar tantas horas sumergidas en el mar. Además, los barcos de congelación tardaban en volver a puerto varios meses, y si no fuera por este material se habrían estropeado con rapidez”.

Francisco Arlandiz recuerda que eran muchos rederos en Cádiz “pero ahora sólo quedamos nosotros. Muchas empresas han ido cerrando. Nosotros hemos podido seguir con la actividad porque el nombre de Pepiño tiene mucha fama entre los pescadores, saben que trabajamos bien, que hemos mantenido la línea y la tradición, y eso es fundamental en este oficio”.

En estos momentos la empresa está formada por seis personas, y Francisco reconoce que es imposible realizar más de dos redes y media a la semana. Las que se confeccionan para barcos de arrastre de 1.200 caballos de potencia miden 43 metros, pero la longitud varía según los motores de cada embarcación.

Los encargos siguen llegando a los Sucesores de Pepiño. Armadores españoles asociados con marroquíes que piden hasta una docena de redes para sus barcos. Porque redes se siguen necesitando, aunque sean para flotas extranjeras. Y la empresa necesita savia nueva, jóvenes con ganas de trabajar y de aprender la excelencia de un oficio que ha ido pasando de generación en generación con el muelle de Cádiz como testigo, el mismo que antes era un hervidero y donde ya apenas si quedan gatos.

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