Cádiz

100 años de Poirot

  • El detective más famoso de Agatha Christie celebra el centenario de su aparición en 'El misterioso caso de Styles' Royal Mail publica una edición especial de seis sellos conmemorativos sobre la escritora

Hércules Poirot nació hace 100 años de entre las páginas de 'El misterioso caso de Styles': la primera novela de misterio firmada por Agatha Christie. El título, sin embargo, no vería su publicación hasta 1920: la escritora, que creía en su criatura, insistió durante cuatro años hasta conseguir que un sello (The Bodley Head) se interesara por la historia. En este texto los homenajeamos a ambos. 

Cualquier parecido con la realidad en esta historia no es pura coincidencia, aunque esta historia no cuente, desde luego, la absoluta realidad. 

 

Hace ahora un siglo, una joven inglesa, de nombre Madge, le propuso a su hermana, de nombre Agatha, escribir una historia de detectives. No era un encargo inocente. "¿Qué era aquello que te decían en la editorial, Agatha? -le insistió, esperando que aquel truco funcionara-. ¿Que a tus historias les faltaba realismo?". 

 

De hecho, Madge estaba más que convencida de las muchas capacidades de su hermana. Agatha podía aplicar una dedicación obsesiva a lo que quiera que despertara su atención. Así escribía los relatos de fantasmas e intriga a los que era tan aficionada -no tanto sus editores-. Así había aprendido a leer sola, con cinco años. Así se había dedicado a sus lecciones de piano. Así había desplegado sus ataques unidireccionales -Gran Berta, Gran Agatha- primero, a un joven desprevenido apellidado Ackroyd; a un joven más que prevenido, apellidado Christie, no mucho después. Mientras Archibald Christie, su marido nominal, surcaba los cielos de la I Guerra Mundial, Agatha se dedicaba con su habitual entrega a prestar servicios de enfermera voluntaria en el hospital local de Torquay. Viendo que había cubierto, ella sola, más de tres mil horas en turnos, sus superiores le sugirieron que estudiara para hacerse cargo del nuevo despacho de farmacia que iba a abrirse en el centro. Encargo al que, desde luego, Agatha se entregó con pasión.

 

"Exactamente, ¿cuánta talidomida se puede poner en el glaseado de un pastel para que resulte mortal?", preguntaba de repente. "¿Has visto el jardín de las Warwick, Madge? Cultivan dedalera. La joven Catherine sufre de arritmias, ¿no es cierto? No parece mejorar". 

 

Pero Madge sólo empezó a preocuparse cuando, una tarde, aún medio convaleciente de un extraño virus ocular, su hermana le administraba el colirio justo antes de su visita al médico: "¿Sabes que las damas del renacimiento usaban la atropina para dar intensidad a su mirada? -le dijo, susurrando sobre ella, contando las gotas-. Nunca una droga tan potente fue usada de forma tan frívola. Átropos, ¿recuerdas? La que corta el hilo". 

 

De camino a la consulta, agarrada al brazo de su hermana e incapaz de distinguir una rata de alcantarilla de un gato de angora, Madge le dio vueltas a la cabeza hasta que el mundo se le mareó. Agatha era encantadora, ¿verdad? Aun cuando admitía un desprecio profundo hacia sus congéneres: "Todos somos fallas andantes, capaces de traicionar, mentir y matar sin dudarlo demasiado, si creemos que hay un bien mayor o se da la circunstancia adecuada. Yo misma sería Agatha la Terrible si el sistema legal no me coartara tan fuertemente", reía, algo forzadamente. "¿Ir al colegio? Debéis estar bromeando", les había contestado a sus padres cuando se les ocurrió enviarla a la preceptiva escuela para señoritas -de la que terminaron invitándola a irse por problemas de "inadaptación"-.  Agatha había recibido una educación doméstica, sin parecer echar de menos, es cierto, la compañía de otras niñas de su edad. Y estaba su imaginación, por supuesto, aquella imaginación desbocada.

 

Así que, aquel día, mientras la observaba contemplar el jardín de las Warwick por la ventana, Madge le sugirió: "¿Qué era aquello que te decían en la editorial, Agatha?¿Por qué no escribes una historia de detectives? ". Y Agatha, aburrida de vademécums, tentada por la opción de demostrar a los editores que  sus historias tenían potencial, aceptó el reto. Lo hizo obsesivamente y sin medida, como todo en ella, aporreando sin descanso la vieja máquina de escribir de su hermana: "Todo este proceso está resultando agotador e irritante -concluyó la madre de ambas, con la cabeza taladrada-. ¿No podría irse, no sé, a los páramos a terminar esa cosa?". Y Agatha cogió la máquina de escribir, su historia a medio hacer y el inevitable vademécum y se fue una quincena al norte, a Dartmoor, donde terminaría El misterioso caso de Styles: el primer título en el que aparecería el nombre de Hércules Poirot. "Por supuesto, tenía que ser completamente distinto al querido Holmes -le contaría más tarde a Madge, mientras su hermana repasaba las páginas del boceto-. Por eso es torpe, rechoncho, anacrónico y algo rimbombante. Como su nombre". 

 

"Cuando acabes el té, Agatha, deberías pasar a dar tus condolencias a Maud Warwick -apuntó la señora Miller-. En tu ausencia, su madre falleció, parece que de un soplo al corazón". 

 

Agatha se acercó la taza a los labios, ocultando una sonrisa. 

 

"Vaya -murmuró-, quién lo hubiera dicho. Eso sí es del todo inesperado". 

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