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Patrimonio La moda de los balnearios

Tomar las aguas

  • Los antiguos baños públicos de la ciudad centran el Documento Destacado del Archivo Histórico

Como suele suceder, la moda de tomar los baños llegó con retraso al sur del sur. Comenzó a prosperar a lo largo del XVIII en toda Europa, a instancias de médicos que recomendaban las bondades de las propiedades minerales presentes en algunos manantiales y en las virtudes del yodo marino. Además, por supuesto, de los beneficios que suponía poder disfrutar del "aire fresco" en un ambiente generalmente alejado de la "atmósfera viciada y cargada" de las ciudades.

Desde luego, las clases populares habían conocido desde antiguo las virtudes presentes en, por ejemplo, las aguas ferrosas. Y, a partir del siglo XI, los cruzados recuperaron para Europa (aunque terminó desapareciendo) la moda de los baños como hábito higiénico y de placer a través de la influencia orientalista -aunque, según Eslava Galán, hablamos de baños árabes cuando son un préstamo de las termas romanas-.

La afición por los baños en el XVIII bebía, pues, de una fuente de profundo curso, y echó a andar en la localidad inglesa de Bath (que había mantenido el uso del manantial, y que recuperó en esa época el emplazamiento original de época romana), pero se extendió con fuerza por toda Centroeuropa. En nuestro país, Santander (por influencia anglosajona) y San Sebastián (por la cercanía a Biatrriz) se convirtieron en los principales referentes. La pequeña burguesía no tardaría en dejar atrás la pacatería rampante con tal de imitar los hábitos de sus inmediatos superiores en el escalafón social, la aristocracia y los apellidos adinerados.

Tenemos constancia documental de que, desde al menos mediados del XIX, los gaditanos fueron aficionados a los baños de mar, visitando los edificios de recreo, baños y balnearios que se fueron construyendo al respecto, tanto en intramuros como en extramuros. Lo que podríamos denominar turismo comenzaría aquí, cuando la costumbre de tomar las aguas empezara a extenderse más allá de los límites comarcales.

Así, existen registros de, al menos, cuatro estructuras de este tipo que se levantaron en la ciudad entre los siglos XIX y XX: los baños del Carmen, los del Real, los de San Carlos, el Balneario de la Victoria y, probablemente, otra más en la zona de Segunda Aguada. Sus planos y documentación relativa son los protagonistas este verano de la iniciativa Documento Destacado, puesta en marcha todos los meses desde el Archivo Histórico Provincial de Cádiz, dependiente de la Consejería de Cultura.

Desde comienzos del XIX, hay constancia de que los gaditanos acudían durante el periodo estival a los baños de mar en la playa de la Caleta, los llamados "Barracones o Baños del Real o La Caleta", a los que daba su nombre el precio -explica el informe elaborado por el Archivo Histórico-. Estos baños del barrio de La Viña fueron gratuitos durante un tiempo, aunque en otras ocasiones se pagaba un pequeño canon para el Hospicio Provincial. Los barracones desmontables fueron sustituidos en 1924 por un nuevo proyecto balneario, conocido como Baños del Real y de la Palma en la playa de la Caleta. El edificio, con su característica estructura de semicírculo abierto al mar y apoyado sobre finos pilares empotrados en la arena, es hoy la sede del Centro Andaluz de Arqueología Subacuática.

Los famosos baños del Carmen se instalaron en la Alameda Apodaca en 1860. Según los documentos que aparecen en la Sección e Obras Públicas del Archivo Provincia, se sustentaban en unas estructuras de madera arriostradas sobre pilotes, que entrando en el mar en la zona de la bajía, y poseían dos plantas y dos zonas diferencias, una para señoras y otra para caballeros. A través de unas escaleras y de un puente de acceso se accedía desde la zona de la Alameda a unos despachos de billetes, por los que se entraba a las distintas dependencias. Además de una galería general, existían cuartos generales y preferentes -individuales- para cada uno de los sexos, así como unos baños de cajón y de tina, como duchas de agua dulce, fríos y templados. El acceso a los baños de bar se realizaba a través de unas escaleras. Entre otras ventajas -resume el informe-, los baños del Carmen se encontraba un bote de auxilio para los bañistas, además de facilitar previo pago flotadores, camisetas, toallas, sábanas y peinadores. El precio de las tarifas oscilaba entre los 0.25 céntimos y las dos pesetas, y era muy del gusto un "restaurant bien surtido a cargo de la Cervecería Inglesa", así como un servicio de pedicura y exposición de plantas y flores.

Dado el carácter estacional de su uso y la exposición directa a las tormentas del invierno de estas estructuras, la mayoría tenían un carácter provisional y se desmontaban al término de la temporada estival. Uno de estos baños fue el denominado de San Carlos, que se construía cada verano sobre el muelle y que, a la manera de "cajones o barracas de baños", prestaron servicio a los bañistas al menos desde 1875. Poseían escalinatas que bajaban hasta el agua, así como cuartos diferenciados además de un salón común.

El texto del Archivo Provincial señala también que, a finales de XIX, y debido al "aumento de población en algunas zonas del arrecife que une Cádiz con San Fernando, en especial de San Severiano y Puntales", además del nacimiento de la "barriada que surge en torno a las industrias existentes en Segunda Aguada", se vio la oportunidad de ampliar la oferta del acceso a los baños de mar a las zonas que miran hacia la Bahía. De esta manera, surgió un proyecto de instalación balnearia que en 1884 solicitó Juan Casal y Griño, como socio gerente de una Compañía Balnearia de Extramuros y Cádiz, que estaría situada entre la zona próxima a la calle Adriano y la instalación de la Fábrica de Gas. Es probable que está instalación se llevase a cabo, aunque no de manera permanente, y que se desmontara, como tantas, al término de la temporada estival.

Cualquiera que tome la Línea 1 de autobús en la ciudad verá que, al llegar a la plaza Ingeniero La Cierva, el nombre de la parada se anuncia como "Balneario" -uno de los nombres recurrentes del mapa fantasma de Cádiz, junto a Plaza de Toros, Cuarteles o Samacola-. Y es que el actual emplazamiento del Hotel Playa Victoria lo ocupaba a principios de siglo el llamado Gran Balneario Victoria: un proyecto que terminó ejecutándose tal y como se había ideado sobre plano salvo algunas modificaciones.

De esta manera, el 24 de septiembre de 1906, Fernando García de Arboleya y Monroy presentó el proyecto provisional para la construcción de un establecimiento de baños en la "Playa del Sur de Cádiz", a la altura del sitio denominado La Victoria, cuya concesión fue aprobada por el Gobierno Civil. Posteriormente, el 17 de noviembre de ese mismo año, se presentó una ampliación del proyecto. "El Balneario constaba de un Pabellón Central de carácter fijo con una verja sobre murete, con un restaurante y salón para fiestas, galería central y preferentemente, baños templados y terrazas al mar, prestando unas condiciones de higiene, amplitud de servicios y comodidad para los bañistas -relata el informe-. Así mismo, se construyeron dos grandes galerías o casetas de baños, separadas por sexos, que junto a las casetas de baños individuales tenían que ser desmontables después de las temporadas veraniegas".

El Gran Balneario de la Victoria quedó inaugurado el 2 de agosto de 1907. En 1929, sin embargo, un fuerte temporal de viento terminó dañando el edificio y el ayuntamiento, que lo había adquirido justo un año antes, se planteó su habilitación. Finalmente, se optó por transformarlo y readaptarlo en hotel, donde quedó embutido el antiguo balneario, un proyecto que se modificaría en varias ocasiones.

Probablemente, fuera el cine -y sus estrellas posando en las piscinas con escorzos expresionistas- el principal responsable de las desmitificación de los baños de mar. Las lánguidas damas de sociedad ya no necesitaban ser lánguidas ni lucir una palidez de enclaustramiento: el disfrutar del mar comenzó a formar parte del ocio como actividad en sí misma, más allá de la prescripción facultativa.

Pero nunca han faltado las excusas benéficas para sumergirse en el agua. Si no baños de mar, siempre han estado los balnearios -como el de aguas sulfurosas de Chiclana-, reconvertidos en actualizados centros de bienestar. El Balneario de Fuenteamarga, por ejemplo, ofrece rituales de belleza, masajes y tratamientos con barro. Y, si hace un siglo los males a combatir eran la debilidad, las histerias, la tuberculosis (en fin), las piedras y la melancolía, hoy los beneficios terapéuticos del chapoteo, por decir, se aplican a algunos de males más extendidos en nuestra sociedad relacionados, en esta ocasión, con el estrés. Por eso, los conceptos de relax y descanso son primordiales. Por eso, en baños y spas, abundan las ofertas tanto de masajes terapéuticos como relajantes. Por eso, también, los tratamientos especializados en pieles atópicas, las dietas equilibradas, el Shangri La en términos mortales, en definitiva, que se nos vende al sonido del agua que corre.

Los circuitos de baños parecen haberse convertido en un elemento habitual de los complejos hoteleros, que saben que es un servicio con suficiente demanda como para abrirse al público. La provincia, de hecho, cuenta con el mayor spa de Andalucía, el del Barceló Sancti Petri, con más de 3000 metros cuadrados. Por no hablar de los establecimientos de baños árabes -como el Hamman Andalusí de Jerez- que suelen ofrecer, junto a los servicios habituales de aguas, masajes y tratamientos, cenas inspiradas en herencia andalusí/mozárabe/dorniense.

Del agua venimos, debe ser. Al agua nos gusta volver.

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