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Libros de Matt Haig y Allie Brosh

  • La tiranía del pensamiento positivo y la vida más allá

Un día coincidí en el tren con un chico vasco que tenía un niño pequeño, enormísimos ojos azules y la cabeza pelada de quimioterapia. Creo que fue quien me habló por primera vez de la "tiranía del pensamiento positivo": "Por supuesto, contra la depresión tienes que luchar -decía-, pero a mi tumor, evidentemente, le da igual que sonría o no, que sea buena gente o no, que desayune cada día con una frase inspiradora, o no. Lo que me faltaba, encima de todo, es tener que ser el jodido Mr. Wonderful".

Toda persona sana mentalmente odia con sentimiento atávico los mensajitos motivacionales. No. No sucederá aunque lo desees con fuerza. Que te dejes la piel en algo no es sinónimo de que salgas victorioso. Y no, no eres maravilloso -o, al menos, no siempre y por definición. Y, mucho menos, recién levantado, por mucho que lo diga tu taza del desayuno-. Un puñado de creencias que parecen haberse colado de manera líquida y que pueden estar detrás, por ejemplo, de los cada vez mayores niveles de intolerancia a la frustración.

Somos muchos los que entraríamos en la sección de libros de autoayuda con un soplete -una forma de hablar: soy incapaz de hacerle daño a un libro-. Cuando menos, lo vemos como una gran pérdida de tiempo. Cuando más, como un insulto a la inteligencia. No es que uno quiera hablar con un experto en neurología y bioquímica para tratar sus manías, pero tampoco quiere que le dé lecciones de salud emocional un unicornio.

Tal vez la clave esté en atender a quien también se las haya topado con tu bestia negra. Eso les ha ocurrido, por ejemplo, a Allie Brosh y Matt Haig: dos autores de muy distinto palo que atravesaron, ambos, por una severa depresión y que no sólo vivieron para contarlo: contarlo les ha ayudado a vivirlo. Ambos han escrito dos de los títulos más lúcidos y -verdaderamente- útiles para todo aquel que se encuentre en una situación semejante. No son ñoños ni paternalistas ni te hablan como si te acabaran de sorber el cerebro con una pajita: resultan crudos, empáticos, con esa capacidad tan única de ser, a la par, divertidos y desoladores al relatarnos su desgracia.

Digamos que Allie Brosh es dibujante (y decimos bien, porque sus viñetas se han hecho virales en no pocas ocasiones). Tiene un blog (hyperboleandahalf.blogspot.com) en el que ha ido publicando diversas entradas sobre su relación con el mundo, sus recuerdos, su día a día. Dos de ellas, larguísimas, en torno al tiempo que estuvo deprimida, son consideradas las mejores descripciones que uno puede encontrar de cómo es estar en el hoyo. Algo que es capaz de hacer desde el dolor y provocando la risa involuntaria -provocándola sin querer: lo último que la autora creía ser en esa época era divertida-. Que las viñetas de Allie Borsh son una radiografía brutal y brillante lo dicen psicoterapeutas y lo dicen enfermos. Ambas entradas pueden leerse on line y también están en el álbum de mismo título que en España publicó Principal de los libros.

En esa misma línea de autoayuda renegada, de autoayuda más allá de la autoayuda, Seix Barral acaba de publicar Razones para seguir viviendo, de Matt Haig. El título ha sido superventas en Reino Unido, y fue escrito desde el convencimiento de que, en muchas ocasiones, los problemas depresivos van de la mano de la incomunicación. La depresión aún es tabú -viene a decir Haig en su libro-. A la depresión se la minimiza. Con ninguna otra dolencia se nos ocurriría decir al enfermo cosas como "¡Vamos, ya sé que tienes tuberculosis, pero podría ser peor!" o "¡Ah, meningitis! Vamos, hombre, hay que ponerle voluntad", expresiones que son el pan de cada día en boca de los cuñados de un deprimido: "Fue en parte leyendo y escribiendo como encontré una especie de salvación en medio de la oscuridad -se explica Matt Haig-. De modo que este libro pretende dos cosas: reducir el estigma y lograr convencer a la gente de que el fondo del valle nunca te ofrece las mejores vistas. Que este libro exista prueba que la depresión miente".

Haig muestra recursos ingeniosos, llaves ninja ante las inercias depresivas: cosas que la enfermedad te dice o conversaciones a través del tiempo con su yo de entonces y su yo actual. Razones para seguir viviendo puede ser, dice su autor, un recurso más cuando uno está hundido. "A falta de certezas universales -concluye-, cada uno es su mejor laboratorio". Si te sirven las pastillas, adelante. Si te sirve el yoga, adelante. Pintar, correr, hacer macramé. Lo que sea que te ayude. A Marian Keyes, la pope de la chick-lit, la salvó, por ejemplo, hacer bizcochos. Y no es broma: tiene un libro sobre ello, Saved by Cake, que bien mirado, lo mismo podríamos incluir aquí.

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