Cádiz

Una mente privilegiada para tiempos complicados

  • Distintas personas describen la gran labor que realizó en la diócesis gaditana donde supo mirar hacia dentro y hacia fuera

El dominico Ildefonso Gutiérrez veía que el obispo Antonio Dorado Soto era un fumador empedernido. El que era entonces su secretario, que también le había dado a los cigarrillos años atrás, estaba empeñado en que dejara de fumar, a lo que monseñor le replicaba: "Nunca creas en los judíos conversos" en un tono de humor. Esta anécdota la cuenta el periodista de Diario de Cádiz Emilio López, que vivió la época en la que Dorado Soto estuvo al frente de la Diócesis, al que recuerda "con un nivel cultural increíble". Cree que fue un obispo que dejó una gran huella a pesar de que tenía la gran responsabilidad de sustituir a Antonio Añoveros.

Su sucesor al frente de la diócesis, Antonio Ceballos Atienza, se encontraba ayer muy afectado por la noticia del fallecimiento "de un amigo personal". Asegura que realizó "una gran labor en Cádiz" en unos años difíciles "con mucha valentía" y destacó entre otras muchas cosas "una capacidad intelectual muy buena". De hecho, recuerda que cuando llegó a Cádiz se encontró un gran trabajo realizado al frente de la Diócesis. En este sentido, Ceballos afirmó que "era muy dialogante aunque también tenía un temperamento muy fuerte". Lo calificó como "muy cariñoso, muy atento, bien dispuesto y servicial".

Una de las personas que trabajó mano a mano con Dorado Soto fue el sacerdote Enrique Arroyo, que fue vicario general de la Diócesis en sustitución de Ignacio Egurza. Entre los tres formaron un gran equipo que sirvió para esa renovación necesaria para la llegada de nuevos tiempos con la democracia.

Arroyo, que también fue en tiempos más modernos deán de la Catedral y párroco de San Antonio, se deshacía ayer en elogios hacia la figura de Antonio Dorado Soto: "Era un cristiano profundo, un sacerdote apostólico y un obispo incalculable". Destaca de él la capacidad de trabajo que tenía y su capacidad de síntesis, ya que podía estar en una reunión durante varias horas y al final era capaz de resumir las ideas más importantes con gran brillantez. No en vano, Enrique Arroyo asegura que era una persona muy inteligente.

El que fue su vicario episcopal durante algunos años recuerda que el nuncio apostólico en una visita a Cádiz dijo que "si hubiera tenido diez obispos como él, hubiera transformado España". Arroyo recuerda que él llegó a Cádiz cuando terminó el Concilio Vaticano II y le tocó implantar el mismo en la Iglesia gaditana. Para ello organizó una especie de asamblea diocesana que fue como un sínodo y que duró cuatro años, en el que precisamente Enrique Arroyo fue su secretario. De aquella gran asamblea salieron muchos de los grupos que aquellos años estuvieron trabajando al lado de la iglesia.

Por su parte, el actual obispo Rafael Zornoza Boy destacó ayer a través de un comunicado "la grandísima labor" que realizó al frente de la Diócesis "al que le tocó recibir los primeros frutos del Concilio Vaticano II y la visión de la nueva Iglesia que se presentaba en los documentos y que había que llevarlo a la práctica". El prelado subrayó la confianza que monseñor Dorado tenía en los sacerdotes y laicos de la diócesis y la puesta en marcha bajo su episcopado "de las semanas de la familia que duran todavía repartidas por toda la diócesis". Zornoza cree que era un hombre "con una riquísima personalidad, de ciencia, de una cercanía pastoral que verdaderamente se recordará durante mucho tiempo y al que la Iglesia le debe tanto y eso los gaditanos lo saben. Le quieren mucho y ahora siente su pérdida".

El sacerdote Gabriel Delgado, delegado episcopal de Migraciones, también tuvo en su día contacto con Antonio Dorado Soto, al que calificó como "una de las mentes privilegiadas del episcopado español". Así cree que con Ignacio Egurza marcó "un nuevo tiempo" en la Diócesis. Delgado considera que significó "un tiempo de diálogo al interior de la Iglesia y con el mundo, siguiendo la estela del Concilio Vaticano II, una época abierta a los nuevos tiempos de la Iglesia".

Recuerda que tuvo una gran sensibilidad y preocupación social por los tres grandes problemas de Cádiz en esos momentos: la pobreza, la infravivienda y la crisis industrial. Así relata que mantuvo reuniones y contactos frecuentes con parroquias de barrios obreros, movimientos apostólicos y asociaciones de vecinos entre otros "para conocer de primera mano la realidad y acompañar pastoralmente las personas". En este sentido sus cartas para el Primero de Mayo "eran magistrales" en la exposición doctrinal y "valientes en la defensa de la dignidad de las personas". Además de todo ello fomentó el compromiso de los laicos con la Iglesia "y fue muy cariñoso con los sacerdotes, a los que siempre les tenía las puertas abiertas".

Por su parte, el que fuera presidente del Consejo Local de Hermandades y Cofradías, Manuel Cerezo, señaló que siempre apoyó en todo momento las cofradías y recuerda con especial cariño el empeño que puso para que saliera adelante la coronación de la Virgen de la Palma, de la que Cerezo precisamente era su hermano mayor.

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