Cádiz

El diálogo de la fe y la razón

  • Cayetano del Toro ejemplarizó con su propia práctica la posibilidad de conciliar el pensamiento científico con una profunda convicción religiosa

A estas alturas del calendario, a casi nadie se le escapa que estamos homenajeando a una figura extraordinaria y de cualidades inigualables. Quizás estemos recordando a uno de esos personajes que fueron claves en su momento y que nos legaron ciertos dones para la posteridad. Nada es blanco o negro. Nadie es perfecto, eso es evidente. En cualquier homenaje se tiende a sublimar lo positivo y a pasar de puntillas por cuestiones discutibles, oscuras o dudosas. Y con Cayetano del Toro no va a ser posible esa excepción… pero por una razón evidente: su legado es inmenso y sus méritos eran extraordinarios. Hay aspectos que quedan fuera de toda duda: su inteligencia, su visión de futuro, su inagotable capacidad de trabajo y su generosidad. ¿Que cometió errores? Seguro. ¿Que algunas decisiones tomadas en su época, hoy son discutibles? También. Pero eso siempre pasa cuando se analiza un comportamiento con los ojos de otra época. La pregunta realmente es: ¿habría podido actuar de otra forma ante semejante decisión? ¿Antepuso sus intereses personales a los generales? Creo sinceramente que la figura de Cayetano del Toro es un ejemplo constante de generosidad y de búsqueda del bien común. Se ha repetido muchas veces que podría haber disfrutado egoístamente de los dones de su inteligencia y laboriosidad en provecho propio. Podría no haberse metido en tantos jardines y haber sacado beneficio de su potencial científico y humano. Nadie discute su aportación a la Ciencia Médica (con mayúsculas) pues fue una referencia nacional e internacional en la medicina oftalmológica. Pero no se conformó con eso. Igual que no se limitó a ser un ciudadano pasivo o contemplativo.

La realidad que le tocó vivir no era precisamente cómoda: una ciudad empobrecida, epidemias, heridos de guerra, tasas elevadas de mortalidad infantil, un sistema universitario anquilosado y un estado social convulso. Desde su situación, hubiese sido muy fácil dedicarse a su consulta, a ser un médico de prestigio y haber disfrutado de una posición social acomodada; sin embargo, su sentido del deber hacia el prójimo y la sociedad gaditana fue determinante en su trayectoria.

Cuantos se acercan a conocer su figura en su contexto (recordemos que vivió desde 1842 hasta 1915) podrán observar que su vida transcurre por el complejo siglo XIX español (Isabel II, Revolución de 1868, Monarquía de Saboya, Primera República, Restauración, Regencia y Alfonso XIII). A eso sumemos la peculiaridad que se produjo en Cádiz con el levantamiento cantonal y su profundo anticlericalismo. Para un hombre de una más que sólida formación científica, filosófica y cultural, no cabe duda que debió enfrentarse a un dilema intelectual: ¿es compatible la fe y la razón? No cabe duda que pudo optar por un amplio abanico de posturas: desde un laicismo furibundo a un clericalismo a ultranza. Quizás en una época de pasiones extremas, podría haber estado más cómodo tomando partido por uno de los dos extremos en los que se movían las corrientes sociales gaditanas. Sin embargo, Cayetano del Toro significó una figura clave de encuentro entre la razón y la fe. No podemos extendernos en analizar sus influencias krausistas o positivistas. Ni siquiera en la impronta librepensadora. Entendemos que el valor filosófico y humanista de Cayetano del Toro fue ejemplarizar con su propia práctica la posibilidad de armonizar y conciliar el pensamiento científico-racionalista con una profunda convicción religiosa.

Su comportamiento caritativo (y entiéndase caritativo en el sentido de ayudar al débil, socorrer al desvalido y acoger a los necesitados) tiene su fundamento en una ética generosa y en una convicción inquebrantable de deber moral. Recordemos que no todos los médicos ni burgueses ni ciudadanos con posibilidades actuaron igual ante semejantes circunstancias de la época. Dar lo que a uno le sobre, es fácil. Compartir y repartir tus bienes, tu tiempo, tu conocimiento y tus sentimientos es algo menos extendido o reservado a espíritus elevados. Una y otra vez, Cayetano del Toro repetirá y dará muestras de una vida entregada a la ciencia y a su fe. Incluso, cuando de materias controvertidas entre opciones políticas y el estamento eclesial se trate, se manifestará sin fisuras: "No es incompatible ser liberal con ser creyente".

Ahora que estamos en plena Cuaresma y que se están sucediendo los actos de las diferentes cofradías en recuerdo de Cayetano del Toro, sería bueno recordar que aquel gran hombre de la ciencia hizo un esfuerzo personal extraordinario por promover la devoción y el culto externo con el mayor decoro y religiosidad posible. En estas semanas, vamos a recordar y observar diferentes aspectos y detalles suyos que no deben escapar a un análisis detenido. Algunas imágenes titulares van a portar enseres personales suyos y no me refiero a objetos inanimados o decorativos, me refiero al escapulario del Rosario o al rosario desgastado que él usaba y al que le falta una cuenta de tanto utilizarlo y repararlo o cuyo crucifijo ha quedado sin la figura del Señor porque estaba desgastado y el metal no era de especial calidad. Podríamos haber visto otros objetos que le regalaron de indudable mayor valor artístico u ornamental pero en esta Semana Santa vamos a ver a algunas imágenes portar ese rosario que Cayetano utilizaba en sus silencios e intimidades.

Pasada la Cuaresma y la Semana Santa, una exposición organizada por el Ayuntamiento y la colaboración de la familia Del Toro mostrará su cadena y su crucifijo (de plata, sencillo, desgastada por una vida intensa y cercana al corazón). Papá Cayetano era una persona de fuerte carácter y personalidad, lo cual no le impidió disentir con tirios y troyanos, con los lejanos o los cercanos, si lo que planteaban lo consideraba injusto o insensato. No siempre estuvo de acuerdo con algunos planteamientos de la Iglesia de la época, del mismo modo que tampoco lo estuvo con algunas propuestas de su partido o amistades y compañeros. Don Cayetano era un corazón de fe y razón.

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