Cádiz

"Los años del Saray fueron intensos, una locura diaria"

  • José Manuel Leal, Manolo Leal para todos, narra su intensa vida, marcada por sus aficiones y su exitosa y mítica cadena de hamburguesas Saray, que llegó a tener siete locales

MANOLO Leal puede presumir de haber sido feliz tanto con sus aficiones, que son muchas, como con sus negocios, que no fueron pocos. Motero, pintor, presidente del Club de Tenis, amenizador de fiestas, árbitro de boxeo... y hostelero. Ahora regenta el restaurante La Vendimia, pero llegó a tener siete hamburgueserías de su cadena Saray, todo un símbolo del paisaje urbano de Cádiz a finales de los 80 y principios de los 90.

-Usted ha tenido una vida muy intensa, pero siempre será recordado como Manolo el del Saray. ¿Es consciente de que aquella cadena de hamburgueserías está mitificada por muchos gaditanos?

-Lo sé y todavía me lo recuerda mucha gente. Fueron años intensos, una locura diaria. Yo llegaba una mañana y le decía a mi mujer: "Uca, hay que hacer 1.000 sandwiches de pollo y 800 hamburguesas". Sin mi mujer nada hubiera sido posible. Y además, mantenía el asador de pollos.

-¿Cómo surgió aquella idea de negocio?

-Después de casarme tenía que pensar en un negocio sólido y monté una hamburguesería en la misma calle Plocia. Un señor tenía allí un bar de 'niñas' y quería traspasar el local. Nunca había visto una hamburguesería, sólo en las películas americanas. Se me ocurrió montar una propia, con una decoración particular de azulejos de colores y mesas naranjas. El éxito fue tal que me animé a abrir más y llegué a tener siete.

-Usted fue incluso protagonista de un cuplé de la chirigota 'Las misses guapetonas', de 1987, en la que se hablaba de las sagas de películas americanas como Rocky, Rambo, Tiburón o Superman, cada una con más de tres filmes. El cuplé acababa diciendo "...pero en Cai un fulano a toa esa gente manda al garete, porque vende hamburguesas y ya va el gachó por Saray 7".

-(Risas). Qué bueno. Lo recuerdo. Lo escuché en el Falla. Bauticé a mi hija Saray y luego fundé la primera hamburguesería a su nombre, en 1985. La primera fue en Plocia, luego, por este orden, General Luque, Sacramento, Manuel Rancés, Paseo Marítimo (lo que hoy es La Vendimia), Avenida Portugal y Doctor Herrera Quevedo. Sitios estratégicos donde yo veía juventud.

-¿Por qué cerró la cadena?

-La crisis del 92 provocó el cierre. Tenía una plantilla muy amplia y la gente dejó de salir entre semana. Dejó de ser rentable. Me debía haber incorporado al mercado de la pizza, pero por ética, por la competencia, no quise. Me hubiera salvado incorporando pizzas a los Saray. Vino la crisis cuando tenía intención de expandirme a la provincia. Y estábamos muy solos mi mujer y yo en el negocio. La presión era tremenda.

-¿Qué hizo después de cerrar los Saray?

-Cuando cerré los Saray me defendí con la música. De mayor empecé a tocar el piano y a cantar, amenizando fiestas. Empecé en el Club de Tenis, de manera informal, pero un amigo me hizo cantar en la boda de su hija y allí me contrataron para otra. Cuando me di cuenta eran unos buenos ingresos por hacer algo que me gustaba mucho. En el hotel Atlántico hice muchas fiestas. Ya compaginaba las hamburgueserías con las actuaciones los fines de semana. Sabía amenizar en función del público que estaba en la sala.

-Se reconcilió con la hostelería y abrió La Vendimia.

-Me desligué cinco años de la hostelería y el actual local de nuestro restaurante se lo arrendé a los Ordóñez, que pusieron allí un Nino's. Entonces abrí una galería de arte en Hotel Atlántico y organizaba allí las fiestas. A los cinco años recuperé el local y con la ayuda de mis familiares abrí La Vendimia, hace 17 años. Lo abrí como bodega sanluqueña y desde el primer día tuvo aceptación. Con la ayuda de mi mujer en la cocina y mis hijas, y un buen equipo de trabajo. Trabajamos cocina de mercado, con productos tradicionales. Sobrevivimos, que no es poco.

-Le cogió la crisis del 92 y la de ahora siendo hostelero. ¿Cómo lo lleva?

-No nos podemos quejar, pero sin tirar cohetes. Hacemos cocina de mercado. Voy al mercado todos los días del año. Estamos muy encima del negocio. Mi mujer, Uca, es la artífice de todo. Una Agustina de Aragón moderna, desde los 14 años a mi lado y desde los 17 trabajando conmigo codo a codo. Se le da muy bien la cocina de cuchara. El éxito de La Vendimia se basa en ella y en mis dos hijas, Saray y Macarena. Y de mis colaboradores. Ofrecemos autenticidad, sin palabras enrevesadas.

-¿Cómo las que se usan en la nueva cocina?

-La nueva cocina está muy bien, pero tiene que haber de todo. Nueva cocina, cocina supermoderna y cocina que prepare unos buenos callos o una buena merluza. Sigue habiendo público para eso. Si la cocina es cultura, debe tener un abanico muy amplio. No es plan de incorporarnos todos a la cocina moderna. Lo que enriquece es la diversidad.

-Muchos programas de cocina en la tele, ¿no?

-Todo lo que sea promocionar la cocina es bueno.

-¿Tanto ha afectado el 'fresquito' verano a la hostelería del Paseo Marítimo?

-Ha sido un mal verano. Por el poniente y por el todavía escaso poder adquisitivo de la clientela. Lo que no se ha vendido, ya no se recupera. Y el verano es lo que nos salva, porque en invierno baja mucho la cosa. Además, hay una saturación de negocios hosteleros y no hay público para tanto. En mi zona hay cinco restaurantes en treinta metros. Me salvo por que tengo una clientela fiel de muchos años. Y nos mantenemos porque trabajamos en un entorno familiar y todos miramos por lo mismo.

-Acabó viviendo de la hostelería, pero su vocación fue otra muy distinta.

-Estudié bachiller en la academia San Francisco y mi vocación era la pintura. Estuve en la Escuela de Bellas Artes, pero las circunstancias familiares me hicieron trabajar mientras mis compañeros se iban a Madrid a seguir estudiando. Entre ellos, José Miguel Sánchez Peña, Hernán Cortés o Diego de la Rosa. Nuestra profesora era María Pemán. Fueron años muy bonitos, con una vida un tanto bohemia. Seguí pintando como autodidacta, aunque no pude seguir estudiando.

-¿Colgó los pinceles?

-Como era apasionado del dibujo me dedicaba a hacer en la puerta del asador retratos a los turistas. Un pollo me dejaba 20 pesetas y los retratos, mil. Cuando venía alguien a comprarme un pollo le decía a los retratados que esperaban. Servía el pollo y retomaba la pintura. Recuerdo que hice una exposición de retratos de personajes populares del Mercado, en tiempos de Beltrami como alcalde. Se expusieron en Tosantos y aquello fue un gran éxito. Tanto que me decidí a dedicarme a los retratos, en plan bohemio, dejando en el asador a un colaborador. Pregunté por un local en la plaza de Mina, donde estaba un negocio llamado Los Picos Brasileños, para montar una galería de arte y marquetería, y estar allí pintando mis retratos. Pedí un crédito pero no me lo concedieron. Aquello me frustró y dejé de pintar unos años. Aquello hubiera cambiado mi vida.

-¿Sigue pintando?

-Sigo pintando, sobre todo en invierno, en mi negocio. Cuelgo las pinturas en mi restaurante. Pintura espontánea, colorista y sin mucha elaboración. A más de un cliente le he vendido un cuadro y le ha salido más barata la comida que la pintura.

-La pintura no es su única afición, según parece.

-Cuando era más joven me encantaba el deporte. Mi pasión cuando trabajaba en el Mercado Central era el boxeo. Allí estaba Juan Soriano, el entrenador, y su hermano Manolo. Cuando terminábamos de trabajar en el Mercado organizábamos dentro buenas veladas. Era 'promotor' de combates callejeros, en el Campo de las Balas o en Santa María. Me hice árbitro de boxeo. También me apasiona el tenis y fui presidente del Club. Ahora practico el golf. Me relaja muchísimo este juego y el contacto con la naturaleza,

-Muchos gaditanos le recuerdan pilotando la Harley-Davidson.

-Sí señor. Soy un gran aficionado a las motos. Cuando tenía las hamburgueserías creé en Cádiz el moto club Custom Road. Hacíamos muchas excursiones y nos reuníamos en el Saray 5. Era un apasionado de las Harley-Davidson. Me llevé muchos años mirando una foto de una Harley antes de acostarme hasta que la conseguí. Y la cambié por la hamburguesería número 6 de la avenida de Portugal. Cuando Castro y Gutiérrez trajo la primera Harley me monté encima y dije "de aquí no me bajo". Y al del Bar Central, que estaba junto a la hamburguesería y estaba interesado en el local, le dije que me comprara la moto a cambio del local. Sin bajarme de la moto le di las llaves y yo me llevé la Harley. Todavía conservo una moto custom, una Yamaha Royal Star, de 1.300 cc. Un bicharraco.

-¿Y la usa?

-No, pesa mucho y no puedo con ella. No la vendo porque es lo poco que me une ya a la juventud. La cojo, la limpio y la vuelvo a meter en el garaje. A mi edad, caerse de una moto es una ruina.

-¿Sigue cantando?

-Poco. El día de los enamorados en La Vendimia hago algo y en contadas ocasión sacamos el pianito y amenizamos. Son cosas de juventud que van quedando alejadas.

-Una vida muy intensa, por lo que se ve.

-Sí. Ya estoy más tranquilo. Además, un negocio de hostelería como el que tengo no se puede descuidar. La Vendimia no te permite otra cosa. Tal como están las cosas, o vives para el negocio o el negocio no te da para vivir. Pero mis aficiones me han dado mucha satisfacciones, eso es verdad, y encima les gané algún dinero. No se puede pedir más. Tengo grandes amistades derivadas de mis aficiones y de mi profesión. Y muchas anécdotas que contar.

-Pues adelante.

-Un amigo mío, Luis Quintero, tenía un restaurante. Llamé un día y aparté una mesa a nombre del agregado comercial árabe en España. Me vestí de príncipe moro con mi turbante y gafas de sol. Me recibió Luis con grandes inclinaciones de cabeza y me trató como un príncipe durante toda la cena. Cogí una servilleta, me la puse bajo las rodillas y realicé algunas oraciones. Mantuve la broma hasta los postres, en los que una de sus hijas se percató de que el moro era Manolito el del Saray. Se montó una buena. Sí, ha sido una vida muy intensa.

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