Gastronomía José Carlos Capel: “Lo que nos une a los españoles es la tortilla de patatas y El Corte Inglés”

Historias de naufragos

Marea 7

  • El 4 de Junio de 1708 soplaba el viento del diablo frente a Cartagena de Indias. Un viento del Sur que contempló el hundimiento del galeón San José y la muerte de los seiscientos hombres que acababan de zarpar hacia Cádiz

Nunca creí que moriría sin contemplar de nuevo Cádiz. No pensé pese a los constantes viajes atravesando el océano, que mi vida acabaría en el mar. Más bien había pensado cada vez que veía aquella mancha de yeso, que parecía mi ciudad desde el barco, que el final de mis días se produciría ya viejo, con los huesos machacados e inundados de una infinita humedad, en mi amorosa Cádiz.

A fin de cuentas yo no era el médico del navío, que ganaba sus buenos seiscientos reales. Yo era solo el cirujano que no ganaba ni la tercera parte de su sueldo y al que tocaba las labores peores, los enfermos que el desdeñaba por su gravedad. Yo no había sido formado en una de estas universidades famosas, yo era solo un fraile, Fray Clementi, que desde mi orden, la de San Juan de Dios, había practicado hasta el cansancio, todo lo que podía hacerse con cuchillo y con tenazas. No era yo de esos hombres que amaba el mar, más bien aborrecía el continuo bamboleo de las aguas bajo mis piernas y el olor a ron y a estiércol que emanaba de las bodegas por más que hiciéramos sahumerios de alhucema y de romero. Sin embargo eran parte de mis votos la obediencia, y embarque en Cádiz el 10 de marzo de hace dos años camino de Cartagena de Indias.

Recuerdo la mañana luminosa y soleada, esas mañanas que solo se dan en Cádiz. Esas mañanas espléndidas en que los rayos de un sol intenso chocan de puro brillo con las torres mirador y se desparraman por las azoteas. Parecía primavera cuando la flota real compuesta por el San José, la nave almirante San Joaquín, la Santa Cruz, la Nuestra Señora de Guadalupe iniciamos nuestro periplo.

Fernández de Santillán, Conde de Casa Alegre, comandante del San José. Don Miguel Agustín de Villanueva, segundo de a bordo. Don Nicolás de la Rosa, conde de la Vega Florida quien comandaba el barco de la flota cuando el San José se fue a pique.

Entiendo que a los hombres cuyas manos se hicieron al salitre del mar desde que eran niños, fueran amantes de las olas. Pero nosotros, no pertenecíamos a ese mundo de lo mojado. Ni Andrés Horda, veedor de la flota, que había comprado su puesto a la Corona por su sed de aventuras y riquezas. Ni el escribano Diego Luque, que nunca abandonó la pobreza por más que certificara los registros oficiales del barco. Ni Juan Félix de Ulloa, alguacil del navío que cargaba con la responsabilidad de juzgar y castigar a quienes saboteaban la convivencia. Ni ninguno de los otros hombres que ocupábamos puestos en tierra, pensamos dejar nuestras vidas en las aguas azules y transparentes del Caribe. Aguas cálidas y llenas de corales en los que quedarían enganchados nuestros cuerpos.

Y a la hora de la muerte, todos juntos unidos en la tragedia, ciento sesenta y ocho marineros, grumetes y pajes. Ni muy viejos que no tuvieran fuerzas suficientes para realizar las maniobras que requería el barco. Ni tan jóvenes que carecieran de la experiencia y el conocimiento de cada aparejo y cada cuaderna del buque.

Ochenta y tres grumetes de apenas quince años, niños de vista presurosa y atenta capaz de escudriñar el horizonte en busca de tierra. Diecinueve pajes de apenas ocho años, niños formados en el Seminario de San Telmo en Sevilla, nos hicimos en pos del océano.

Navegamos juntas la Flota de Nueva España y la de Tierra Firme. Veintiséis barcos contando con los mercantes que iban a las ferias de Portobello. Que tremendas riquezas recaudadas en este puerto, más de millón y medio de reales que guardar en la tripa del galeón para remitir al Rey. Dentro del San José y San Joaquín, las dos mejor armadas, para el tesoro del Rey. Todas las riquezas del Perú, enormes cargamentos de oro y piedras preciosas destinadas a la Corona de España, oro colombiano, monedas y esmeraldas. Todo preparado para volver a Cádiz, solo carenar en Cartagena de Indias, y que fácil decir que volvíamos a casa.

Sin embargo, que mal augurios traían las gaviotas a los cielos tibios de la costa Panameña. Sin imaginarlo, la furia naval de los ingleses aguardaba nuestros pasos y ni siquiera el conde de Casa Alegre, nuestro almirante y de toda la Carrera de las Indias, podría remediarlo. De cada puerto americano, la mejor de las especias, lo mejor de los cantos, las riquezas, las maderas, los colores y los olores para un Cádiz blanco e iluminado. Pero Wager, comodoro de una fuerza naval de doce navíos, tenía claro su objetivo, frenar el derrotero de nuestros barcos, acabar con nuestras vidas y robar cuantas riquezas llevamos a España.

Casi avistábamos Boca Chica, la entrada al puerto de Cartagena, cuando cuatro hermoso buques nos estaban esperando. Habíamos sido avisados por Zuñiga del peligro que corríamos y sin embargo fondeamos nuestra flota en la pequeña isla de Barú para reponer agua y alimentos, aunque lo más acertado hubiera sido refugiarnos en Cartagena.

Sabíamos que se acercaban la época de los huracanes en el Caribe y que se apresuraban los días de tempestades. Y esto solo hacia que aumentaran los deseos de los oficiales de llegar al puerto gaditano. Además, Ducasse, y la flota francesa nos protegería desde la Habana hasta España. Pero no se dio el tiempo necesario, el momento oportuno para la salvación y el mayor de los desastres aconteció ante nuestros ojos. Incluso los hombres enfermos a los que cuidamos con esmero y que quedaron en Puertobello,corrieron mejor suerte. Hombres que creyéndose agonizantes victimas del paludismo y la fiebre amarilla, les quedó en tierra la posibilidad de la vida, que a los que partimos nos trajo el mar de la tarde.

La luna llena lo iluminaba todo, las islas de San Bernardo y Barú a unas veinte leguas de la bahía de Cartagena, se veían resplandecientes. Al amanecer del día 9, llovía débilmente y el viento se marcho de improviso abandonándonos a nuestra suerte. Veíamos acercarse los barcos ingleses y nuestros oficiales, se prepararon para el combate. Yo, en el centro de la formación, en el San José, el más hermoso de cuantos componían la formación de uno y de otro bando.

A las cinco de la tarde, cuando la brisa comenzó a inflar nuestras velas, el palo mayor del San Joaquín cayo al mar con el cadáver aún sostenido del pequeño grumete.

Y entonces, el Expedition, vino en busca de nosotros, abriéndose paso a cañonazos y acortando la distancia preparados para el abordaje.

No hubo ninguna posibilidad de maniobra, eran las siete y media de la tarde cuando el cielo tomo el color del mediodía al explotar nuestro navío. Eran las siete y media cuando quinientos setenta y ocho hombres sumergimos nuestras almas en compañía de las monedas de oro que nunca llegarían a España.

El navío San José y su tesoro

El San José fue construido en los astilleros de Mapil, Usurbil en San Sebastián por Pedro de Aróstegui según propuesta y diseño de  Francisco Antonio Garrote. En 1696 firmó un contrato con la Corona para la fabricación de dos buques gemelos de 1.200 toneladas, la capitana y almiranta de la Armada de la Guarda de la Carrera de Indias, conocida como Armada de Avería, que serían llamados San José y San Joaquín. Pedro de Aróstegui, contrato a su vez a Miguel de Echebeste para la fabricación del San José.

Se inicio su construcción en 169 y terminándose en 1698. Disponían de dos cubiertas y castillo y portas para setenta cañones, aunque nunca llegó a embarcarlos, contando en su salida para América con 26 cañones de 18 libras, 26 de 10 libras y 8 ó 10 cañones de seis libras. Sus medidas les daban una eslora de 71 codos, 22 de manga y 10 de puntal en la bodega.

Galeón San José, 64 cañones, General José Fernández Santillán

Galeón San Joaquín, 64 cañones, Alm. Miguel Agustín Villanueva

Navío Santa Cruz, 44 cañones, Capitán Nicolás de la Rosa

Urca Ntra. Sra. de la Concepción, 40 cañones, Capitán José Francis.

Patache Ntra. Sra. del Carmen, 24 cañores, Capitán Araoz.

Es muy difícil establecer el montante de lo que llevaba el galeón en sus bodegas pero se habla de entre siete a once millones de piezas de oro y plata, valorados en 105 millones de reales de la época (unos 2.000 millones de dólares).

Relación sumaria del Tesoro Real de Su Majestad y otros cargamentos del Tesoro Real de Lima, inspeccionado en el puerto de Perico (Panamá) el 28 de febrero de 1708.

Remesas de España

Capitana: capitán, Don Juan Martín de Ysasi. Salarios para el Consejo de Indias: 236.996 pesos Alojamiento, Consejo de Indias: 10.601 pesos Depósitos probados de Lima: 3.838 peso.

Objetos religiosos

Dos cofres que pesan 289 marcos, 5 onzas, con objetos de plata dorada; una lámpara grande que pesa 148 marcos,5 onzas; un relicario grande y dos pequeños, con pedestal; una custodia dorada; un incensario con su vaso de incienso; dos cálices con patenas; un recipiente para ungüento, vinajeras y una pequeña campana; una corona; un vaso para aceite y un recipiente para agua bendita.

Transferencias del tesoro real de Lima

Venta de bulas de indulgencias 103.782. División de 61.122 pesos: 30.561Del Tesoro Real de Quito: 22.661 También 700 castellanos, un lingote, una coronita y una pieza todas de oro; una piña de plata,  una pieza de plata y 5 incensarios.

El tesoro de Panamá

Dos coronitas de oro y dos pequeñas placas del mismo metal, las que totalizan 353 pesos de oro y 2 tomines. 5% de los salarios de Tierra Firme: 3.907 Para el convento de Santa Teresa de Ávila: 320 Impuesto para cubrir pérdidas por piratería: 30.000  Reembolso por avería de la Mar del Sur: 25.000.

Hundimientos en el Caribe

l Diez barcos españoles que naufragaron en Florida Keys, en 1622.

l Almiranta, galeón español naufragado en 1656, cerca de Conch key.

l Quince barcos españoles naufragaron en Florida Keys, en 1733. Se localiza en Matacumbé, Long Key y Key Largo.

l Seis barcos españoles naufragaron en la Bahía de Pensacola.

l Cenote de Chichén-Itzá, y otros. Había ornamentos de oro, extraídos en 1904 para el Museo Peabody, de Harvard.

l La Nicolasa, carabela española naufragada en 1527, frente a Isla Mujeres.

l Infigenia, fragata española que naufragó en 1518, en las rocas que llevan su nombre.

l Dragón II, fragata española que naufragó en Bajo Nuevo, en 1783.

l Cuarenta y dos barcos españoles naufragaron en la bahía de Veracruz, de 1545 a 1811.

l Paisano, vapor norteamericano desaparecido frente a Padre Island, en el año de 1873.

l Capitana, galeón español hundido frente a Padre Island, en la batalla de 1552.

l Galeones españoles que naufragaron frente a Padre Island, en 1533.

l Cinco barcos españoles naufragaron en 1563, en los Bajos de Jardines.

l Santa María de Begoña, naufragó en 1564, cerca de San Felipe.

l Cuatro galeones españoles, San Roque, Santo Domingo, Begoña y San Ambrosio, naufragaron al este del Banco Serranilla.

l Cinco barcos españoles que naufragaron en Jardines, en 1794.

l Genovés, fragata española que naufragó en el Banco San Pedro, en 1730.

l Port Royal, puerto pirata que se vino por tierra durante el terremoto de 1692. Se encuentra a poca profundidad.

l El desastre de la Armada de Bobadilla, en 1502. 27 carabelas españolas se hundieron en el pasaje  de Mona.

l Gran galeón español hundido a tres millas al este de San Juan.

l La Victoria, Barco de guerra español, que naufragó en los arrecifes de la Isla Anegada.

l Tierra Firma, naufragio en los arrecifes Dominica, en 1567. El barco fue destrozado por tribus.

Hundimientos en las Bahamas

l Dos pequeños barcos, cada uno lastrado con lingotes de plata del naufragio del Gorda Kay.

l Infanta, barco español naufragado cerca del arrecife Inagua Chica, en 1788.

l Lingotes de plata y de oro, segun el reporte de los que naufragaron, frente a la Isla Inagua.

Sudamericana

Costa Norte

l San Pedro Alcántara, barco de guerra que explotó y se hundió en 1815. El casco, roto, esta parcialmente enterrado en el fango, a setenta pies de profundidad y a cinco millas al sur de la Punta Oeste de la Isla Coche.

l San José, galeón español que explotó y se hundió en 1708. Entre la isla del Tesoro y la península Barú, frente a Cartagena. Se calcula que se halla a una profundidad de doscientos pies.

l En el Lago Guatavita esta un enorme tesoro en esmeraldas y oro. Fue arrojado el agua por los indios de la tribu chibcha.

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