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Andalucía

Talidomida

  • El mayor escándalo farmacológico del siglo XX dejó centenares de afectados en Andalucía · Más de 40 años después, el Gobierno aceptará indemnizar a un reducido grupo de ellos

(Pocos seres humanos habrán empezado la vida peor que Terry Wiles... nació sin extremidades, sólo tronco y cabeza... un ojo le colgaba a media mejilla... como para atormentarle, la naturaleza le había dado una mente inquisitiva...)

El escándalo de la talidomida: dónde nos equivocamos. Philip Knightley, periodista del Sunday Times.

"Las malditas pastillas". Matilde Ruiz siempre escuchó aquella cantinela a sus padres en la casa de Villanueva de Algaida (Málaga). No sabía a qué se referían, a qué pastillas, aunque suponía que tenía que ver con esas manos atrofiadas, sin dedos, que la hacían tan diferente a los demás niños del colegio. "Y los niños son crueles". ¿Qué pastillas? En 1958 el laboratorio alemán Chemie Grünenthal lanzó un novedoso sedante, el fin de las náuseas de las embarazadas. El éxito de la patente, comercializada en nuestro país con media docena de nombres, fue inmediato; la patente relación con un número inusual de niños nacidos con malformaciones no lo fue tanto. No fue prohibido hasta 1961. La España franquista reaccionó más tarde aún. Siguió recetándose hasta 1963. Las "malditas pastillas" tenían un nombre: talidomida. Y en España, los afectados tenían otro: talidomídicos. Pese a ello, pese a la existencia de talidomídicos, el Estado español negó hasta 2003 que en nuestro país se hubiera vendido el sedante. Ahora, por un decreto ley, el Gobierno va a subsanar la infamia y está dispuesto a indemnizar a los afectados.

¿Pero quiénes son los afectados? No se sabe cuántos fueron. José Riquelme, de la asociación Avite, que ha sido la que ha conseguido el triunfo de que el Estado vaya a pedir perdón por negar una evidencia, calcula que en España hubo unos 3.000 afectados y en Andalucía no menos de 500. "En España es es donde más afectados hubo y donde nunca se reconoció. La primera razón es que aquí el principio activo se comercializó con siete nombres distintos, más que en ninguna otra parte, y la segunda razón es que se siguió vendiendo durante dos años más, cuando ya en el resto de los países se había prohibido".

Entre 2003 y 2006 la Asociación para el Registro de Enfermedades Congénitas ha realizado pruebas a un centenar de afectados. "Pidieron fotos, analíticas, radiografías, se han cotejado con fechas de nacimiento, pero no existe una forma de trazar una causa-efecto entre una malformación y el consumo de talidomida de la madre. Incluso uno de los asociados guardaba un tarro de pastillas, la prueba palpable de que en España se vendió talidomida. Ha sido una larga batalla. Hemos sido los grandes olvidados de la democracia", dice Riquelme.

A la espera de las indemnizaciones que sólo recibirán, en principio, 24 afectados y que se moverán entre 30.000 y 100.000 euros, dependiendo del grado de discapacidad, España e Italia son los únicos países que no han soltado un euro por el garrafal error del pasado.

Los creadores de la talidomida ni contemplaron la posibilidad de que su flamante molécula pudiera atravesar la placenta. Lo hizo con virulencia. El resultado era la focomelia, que anula estructuras óseas en las extremidades. El miembro o no se desarrolla o lo hace pegado al tronco. La talidomida convertía la información genética en una lotería. Llegaron a nacer niños con pies en las caderas. Hace sólo un mes, en un estudio determinante sobre las causas del desastre, los investigadores del Instituto de Tecnología de Japón afirmaron que la talidomida neutraliza la proteína cereblon, que juega un papel clave en la formación de los miembros.

La talidomida arrastra una leyenda negra. En el libro Oscuro remedio, del genetista Trent Stephens y el historiador Rock Brynner, se asegura que la talidomida es hija de los científicos nazis que siguieron tras la guerra ligados a la industria farmacéutica. De este modo, la talidomida habría nacido en los campos de exterminio como un antídoto contra las toxinas nerviosas del gas sarín.

En un hospital de Teherán en 1962 una mujer llora con su niño en brazos. Pregunta a la enfermera: ¿por qué? ¿por qué?. La enfermera la consuela, la besa y se lo dice. "Fue la pastilla". La madre de Daniel Mori, un iraní de 48 años que reside en Mijas, estaba casada con el jefe de operaciones del aeropuerto de Teherán. Viajaban mucho. En Madrid la madre de Daniel estuvo al borde del desmayo. "Lo mejor será que tome esto", le dijo un médico madrileño. Talidomida. Daniel lo descubrió hace unos pocos años. En Irán, donde él no conoció ningún caso, simplemente era la pastilla, "algo que mi madre tomó como una aspirina durante casi todo el embarazo". Desde Mijas, Daniel, contable, casado con una española y con dos hijos que quieren ser futbolistas, espera encontrar un trabajo después de haber estado un tiempo empleado en la ONCE. Es uno de los 24 casos ya reconocidos por el Gobierno español. Ese viaje a Madrid le condenó. "Vivir así es duro -dice-, pero hay que aprender a vivir así".

La madre de Matilde lo desconocía todo, pero sabía que fueron las pastillas. "Mis padres eran analfabetos, se ganaban la vida recogiendo aceitunas. El mío fue su primer embarazo y fue un embarazo malo, muy malo, como el de muchas primerizas. Un médico le recetó esas pastillas mágicas y..." Matilde, que ha cumplido ya los 48 años, la edad de la talidomida, tiene buen humor, siempre saca una broma, aunque a continuación se pone seria para decir que "he tenido momentos muy bajos, empezar muchas veces de nuevo". El tesón de Matilde, marcada por sus extremidades talidomídicas, es admirable. Decidió salir del pueblo, de la órbita de sus padres, llegó a Málaga a empezar una vez más y quiso ser maestra. "¿Jugabas con las muñecas a darles clase?". "Yo era pobre, no tenía muñecas", dice. "Para el ingreso en la universidad me pidieron un certificado médico. Me daban largas y me decían mira que tendrás que dar dibujo, gimnasia, ¿por qué quieres ser maestra? ¿Podrás? Y yo les respondía que por eso no se preocuparan, que ya me encargaría yo de eso, pero que me dieran el cetificado porque yo estaba sana". No iba a dar marcha atrás. Casi nadie había salido antes del pueblo. Lo había hecho ella con sus manos distintas y con grandes zancadas. "A nosotros no nos sirve hacer las cosas como los demás. Hay que hacerlo mejor para obtener lo mismo". Machacó y machacó. Obtuvo su certificado, terminó Magisterio y se colocó en un colegio de curas. Resultaron los niños, pero no los curas. "Yo no comulgaba con su ideología, por lo que me puse a estudiar oposiciones". En su nuevo reinicio, sacó la plaza en el Ayuntamiento de Málaga a mediados de los 80. Allí sigue. Todos los viernes coge su coche y conduce 80 kilómetros para pasar el fin de semana con su padre, en el pueblo. Su madre ya no vive. Hace tiempo que no escucha la cantinela de las "malditas pastillas", pero no hay día que no se acuerde de ellas.

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