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Andalucía

La estrategia del caracol

  • Centenares de personas sin trabajo buscan en el campo un medio de subsistencia pese a la competencia de los grandes mayoristas que traen toneladas de caracoles de Marruecos

Todos los hombres tienen una historia, pero estos hombres que acarrean mallas con millones de caracoles hacinados en la antigua venta La Viuda, en un cruce de viejos caminos que casi nadie utiliza en Medina Sidonia, tienen la misma historia. Incluso todos van vestidos igual: con prendas del ejército, recuerdo de los buenos tiempos. "¿Por qué vais todos de militares?". Miguel exhibe su mercancía en el maletero del coche y piensa la respuesta: "Creo que vamos de camuflaje, para que no se escapen los caracoles". Sus compañeros celebran la broma. Miguel, como todos los demás, empezó de chico en el campo, cogía caracoles y tagarninas con su padre, le llamó la patria y se lo pasó bien haciendo la mili. Cuando volvió a casa se encontró en la Costa del Sol un mar de grúas, dejó los caracoles, ganó dinero ayudando a soplar la burbuja, se casó, tuvo dos hijos, se hipotecó, se compró un coche y un día le dijeron que ya no había más ladrillos que poner. Volvió a casa, volvió a coger caracoles. Fin de la historia.

En la comarca gaditana de La Janda hay un ejército de gente vestida del ejército que, según amanece, se lanza al campo a por los caracoles. Se va a una venta o a una cuneta y trata de colocarlos, no con mucha fortuna, a juzgar por todas las quejas que se escuchan. Fran, por ejemplo, está que trina. Ha tirado "sesenta kilos lo menos" , cuatro días de trabajo para nada. Una semana después, se han podrido. No ha podido vender ni uno. Hace 20 años, cuenta, la venta La Viuda, llamada así en honor a la mujer que se quedó sin hombre y sacó a sus dos hijos adelante haciendo del caracol su estandarte, era una feria, una gran lonja. "Venían camiones de Sevilla a buscar la mercancía y se pujaba a viva voz. Se pujaba fuerte. Quitaban los caracoles de las manos. A 600 pesetas el kilo he visto vender caracoles". Fran vende a 1,20 el kilo. "Ha llegado el moro y contra el moro no se puede competir".

No hay estadística posible para saber cuántos caracoles se consumen entre mayo y septiembre en los principales mercados: Sevilla, Córdoba, Cádiz, Valencia y Alicante. Lo reconoce la Consejería. Lo que sí se sabe es que el caracol marroquí , más gordo y hermoso, aunque dicen que más amargo, hace tiempo que derrotó al caracol autóctono. Lo hace, sobre todo, durante los meses fuertes, los de las ferias. "A partir de julio, cuando el caracol del moro ya viene porío, los de los almacenes vienen a buscarnos a nosotros", explica Manuel, el más veterano, 50 años cogiendo caracoles, mostrándonos una dentadura que necesitaría la visita de un presidente para una declaración de zona catastrófica.

La aventura de Marruecos empezó a principios de los ochenta y la iniciaron los propios españoles. Ahora mismo no llegan a la decena los mayoristas que importan el caracol de Marruecos. Han creado su propia red. "El morito lo coge a mano en el campo, otro moro se lo compra a unos 40 céntimos el kilo y lo lleva a unos almacenes frigoríficos. A éste es al que compra el mayorista español, que se trae los trailers para España. En su tiempo se ganaba mucho dinero con esto, había mucho margen, pero el moro no es tonto. Ya no hay tanto margen y hay mucha competencia. Los propios marroquíes han cogido el tranquillo y son ellos los que se alquilan sus propios camiones. Las paellas valencianas se hacen con caracoles de esta gente que no tienen ni de lejos el mismo cuidado y el mismo control que tienen los mayoristas españoles". Lo explica Nicolás, que cuenta con una de las tres grandes naves que hay en Medina. En su entrada hay un cartelón que pone caracoles de Medina, aunque él mismo nos enseña en su cámara centenares de mallas de caracoles marroquíes.

Nicolás compra a Paco El Cordobés, uno de esos hombres que hizo la aventura marroquí. De esta nave salen caracoles para Sevilla. Reconoce que "hasta que llegó el euro esto era una gran negocio. Ahora si sacas 12.000 euros al año después de haber pagado todos los gastos, ya eres rey. ¿Y qué son hoy 12.000 euros? Las mujeres no se gastan dos euros en una comida de entretenimiento, como las pipas, una comida que no llena la barriga".

La nave domina una explanada en la que habrá ocho o nueve furgonetas repletas de caracoles y otras tantas motocicletas con sus cerones. Se trata de gente desesperada. "¿Que cuánto le saco a esto? No le saco . El Nicolás, el Gutiérrez o el Kaká compran 70.000 kilos al moro con precios con los que nosotros no podemos competir", explica Rafa mientras trabaja con una zaranda como las de los buscadores de oro limpiando la tierra de su cosecha caracolera del día. Hace un cálculo. "Si cada uno de los tres comprara mil kilos cada uno a la gente del pueblo, 3.000 kilos entre los tres, serían tres mil euros y con eso tendríamos para llevar algo a casa durante 40 ó 50 días".

Luis, uno de los que sigue utilizando los cerones y que lleva un jersey que parece que hubiera estado de visita en una intifada, explica que no ha sido buen año para el caracol. ¿El motivo? "Ha llovido mucho y el caracol se ha quedado en lo alto de la mata. No baja a la tierra, que es donde engorda, porque se ahoga. Tenemos pocos caracoles y más pequeños. Ahora que llegan los caracoles podridos de Marruecos, vendrán a por nuestros caracoles, pero según pasa el tiempo, cuando el clima es más seco, el caracol se pega el jodío a la mata con la baba y es más difícil cogerlo. Resultado: lo que antes costaba una hora de trabajo, ahora cuesta dos".

Antonio Navarro está sentado en un sillón de oficina, ergonómico, debajo de una chumbera. Lleva ahí toda la vida, en el cruce de caminos con señales que te mandan para Chiclana o Paterna, tú eliges. Un transistor le va informando de las cifras de paro. Los caracoles esperan en el saco. "¿Vendiste hoy?" "Ni uno". "¿Y ayer?" "Diez euros de caracol vendí ayer". "¿No te aburres bajo la chumbera?". Observa con nuevos ojos su oficina: la chumbera, el sillón ergonómico, la mesa de playa y el transistor. Analiza: "Mientras no salga nada en el plan ese de Zapatero, no tengo otra cosa que hacer".

El hombre que aparece con un cubo en el bar La Gitanería, junto al barrio de Santiago de Jerez, tiene las manos como dos tanques soviéticos. Caracoles enanos se hacen los muertos junto a varias matas puestas estratégicamente a modo de engaño. "Son pequeños, ¿no?". "Caracoles de la campiña. Mira qué buen color. Los más sabrosos". "¿Cuánto vale este cubo?". "Este cubo no tiene precio". Han sido seis horas de trabajo y explica la acción como una incursión en territorio enemigo. "No veas cómo se resistían", afirma como si fueran charlis del Vietcong. Mateo, que regenta el bar, echa cuentas. "El saco sale por doce o catorce euros, depende". "¿Y qué beneficio se saca?". "No sé. A ver, yo me hago el cálculo de que cada vaso nos sale a un euro. Nosotros lo vendemos a 1,50. Son 50 céntimos por vaso".

Mateo se jacta de preparar la perfecta olla de caracoles. "Son dos secretos: el fuego lento para que el caracol muera en la olla, y la cebolla". Asalta una duda: "Si el caracol se muere en la olla, el caracol marroquí no vale". "¿Por qué?". "Porque está congelado..." Mateo valora el enigma: "Quizá estén crionizados, como Walt Disney". "No, hombre - explica un parroquiano- se congela justo cuando sacan los cuernos. Están congelados en el momento de su muerte". De repente, la conversación empieza a ser horrible, ese holocausto caracolero a punto de ebullición. Millones de caracoles, incalculables, buscados por miles de manos, todas aquellas que ya no colocan ladrillos, muriendo en la olla. Es, sin duda, la estrategia del caracol.

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