Caso Palomares

"Intentaron silenciarme, pero no debemos callarnos"

  • José Ortiz Hernández es el único que vive de los guardias civiles que realizaron trabajos de vigilancia en Palomares. A los 35 años lo jubilaron por inutilidad total: "Quisieron que simulara un accidente de tráfico para ocultar la verdad". Tiene cáncer y sentencia que la mayoría de sus compañeros murieron tras su trabajo en la zona radiactiva.

El caso Palomares es en sí un fracaso. Una de las mayores burlas políticas y medioambientales de la historia reciente de este país. Ha desafiado a la salud de un pueblo y de los militares y guardias civiles que, inocentes, fueron enviados por sus gobiernos al municipio de Cuevas del Almanzora. Ellos fueron los que trabajaron, los que trataron de limpiar las secuelas de un accidente nuclear y los que ahora afirman sufrir las consecuencias.

A veces, antes o después, la verdad termina destapándose. El caso Palomares está encontrando testimonios hasta ahora guardados bajo llave. Quizás por miedo. Pero los militares norteamericanos dieron un paso adelante y han abierto la caja de los truenos pidiendo a su gobierno indemnizaciones. Tienen cáncer y quieren que su estado reconozca que es a consecuencia de su estancia en Palomares. Pero no son los únicos. Decenas de guardias civiles participaron en las labores de vigilancia. El almeriense José Ortiz Hernández fue uno de ellos. Llegó al lugar en 1972 tras haber entrado en el cuerpo directamente por sus capacidades intelectuales y dominio del inglés durante su etapa en el ejército. "Mi ubicación en la zona fue el Llano Blanquizares", explica Ortiz. "No tiene que tocar nada", le dijeron antes de comenzar su trabajo. "Su información es vigilar la zona. Sabe inglés y en ocasiones hay conversaciones con los mandos americanos", le comentaron.

Pasaron seis años desde el accidente y aún no había ni un metro de valla puesto. "Nada estaba acotado. Eso era tan sólo un proyecto. Había gente trabajando en el campo y plantando hortalizas, que en su mayoría eran vendidas en el mercado por la franja de costa a base de furgonetas y burros. Bebíamos agua de un pozo que estaba a 100 metros de donde cayó y se quemó una bomba. Para comer, íbamos a una tienda de ultramarinos".

A José le tiemblan los brazos, ha estado a punto de perder una pierna por un quiste y un trombo en la rodilla y tiene quistes en el cerebelo, hígado, pulmón y problemas serios en la próstata. Le tiemblan los brazos y camina con dificultad. Pasó de ser un guardia civil preparado para actuar en Palomares a estar jubilado por inutilidad total apenas tres lustros después. Ahí es donde la historia se complica.

"Tras lo de Palomares hice un curso de submarinismo en Cartagena. Fue entonces cuando comencé a sentir mareos y molestias. Me dijeron que podría ser de la misma actividad. Yo sabía que eso no era seguro y me quise someter a unos reconocimientos. Pero no se me hicieron. La respuesta fue que si me encontraba mal que me diera de baja. Consulté al mando directo de Almería y me dijeron que aguantara. El curso lo terminé vomitando", explica.

José Ortiz cree que lo que sucedió después fue un plan orquestado para que nadie se enterara del verdadero motivo de su enfermedad. "Fui al hospital militar de Madrid. No cesé en preguntar sobre por qué tenía tantos síntomas y enfermedades. Fue entonces cuando se me recomendó que fingiera un accidente de tráfico en acto de servicio. Y así lo hicieron. Ahí si me sacaron síntomas. Y se me da de baja por inutilidad física". Fue un retiro forzoso, en 1986. "No estaba de acuerdo con nada, así que recurrí la decisión del Ministerio de Defensa", recuerda. Pero si el Gobierno no admitía lo que en Palomares pasó realmente, nada se podía hacer. "Primero me retiraron y después se me pasó a reserva activa con el objetivo de no hablar del tema de Palomares. El fin era que no pudiera expresarme libremente", explica José Ortiz con todos los documentos de su entramado judicial bajo el brazo. "No tengo miedo, quiero que se sepa la verdad", asegura.

¿Y qué fue de sus compañeros? "Éramos 10 guardias civiles. Han muerto todos. Sólo quedo yo. El último en fallecer fue un sargento de Cuevas. También trabajó conmigo un compañero de Aguadulce, hablé con su mujer y no quiso darme más información porque tenía dos hombres en el cuerpo". Según Ortiz, murió a consecuencia de la radiactividad tras pasar tres años en Palomares.

Ortiz llora cuando recuerda un caso especial: "Había un compañero de Córdoba que estaba acompañado de sus mellizas y su mujer. Ellas iban a hacer la primera comunión y estaban dando catequesis. Se pusieron malas y no volvieron más. Les pregunté al poco tiempo que qué tal había ido la comunión y no me contestó. Él estaba más de baja que dando servicio, era un muerto andante". ¿Y por qué tiene este guardia civil tan claro que su enfermedad puede proceder de su estancia en Palomares? Simplemente, por la forma de vivir, por los gestos cotidianos y de pura supervivencia. "Había un pozo y de allí se abastecía a la población y a los guardia civiles que estábamos realizando tareas de vigilancia. Los estadounidenses no. Todas sus provisiones venían de fuera. Un día le pregunté a un oficial norteamericano que por qué no consumían nada de la zona su respuesta fuera clara: "Ya que ustedes no ponen los medios, nosotros nos tenemos que buscar la vida. Mire esa roca, la toqué con un dedo y se hizo arena. El dedo se me comenzó a deformar tiempo después".

El objetivo de José Ortiz es que se conozca su verdad y no va a parar de luchar hasta conseguirlo. Quiere que se reconozca que es una víctima de la mala praxis del gobierno español y busca ser reconocido por ello: "Sé que esto lo va a leer más de un fiscal y un jurista. Espero que lo entiendan, tengan sentimientos y nos apoyen". Las declaraciones de militares estadounidenses reclamando lo mismo son un alivio para el guardia civil: "A muchos miles de kilómetros están contando la verdad de los hechos que ocurrieron y aquí nos miran por encima del hombro". El fin de unos y otros no dejará de ser el mismo, sospecha.

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