Tiene 13 años

Resulta difícil no dejarse interpelar por ella y resarcirla de tantas sombras negras, de tanto frío inhóspito

Pero parece cumplir algunos más porque así obran los descalabros que destantean el tiempo y la apariencia de quien ha sufrido lo que no corresponde a la condición de la edad. En sus ojos se afinca una mirada que no es inocente, como debiera, ni torcida, como acaso pudiese resultar del desarraigo, sino de algún modo persuasiva aunque falte la compañía o el aderezo de la palabra. Mira y calla, dice mirando, hasta que encuentra, o decide, el momento para contar, con una parquedad elocuente, trazos, apuntes, del litigio de sus días heridos por el abandono. Años lleva en instituciones o centros de menores, huérfana del cariño más primario por esencial, aunque no de quienes debieran procurárselo en la benefactora normalidad cuyo deterioro tanto estraga. Su sonrisa es esquiva, pocas veces espontánea, casi en ninguna ocasión natural. Solo se coloca esa mueca alegre en su cara cuando alguna complicidad atempera el carácter de las situaciones y de las conductas que han de ser explicadas y corregidas. Hace pocos días no fue capaz de contar hasta diez -le cuesta mucho el ejercicio de la contención- e insultó a una profesora en el primer curso del instituto, por lo que ha de estar unos días sin asistir a clases. Cuando no decide fugarse e incluso lo hace del centro que la acoge, escondida en los arrabales de la noche, ella sabe por qué, con quien y para qué.

Escucha sin mirar a su interlocutor, tal vez porque sea una forma de sortear otro contratiempo más del desatino de sus días. Sin embargo, en un momento decide que importa contar qué ha sido de su tiempo en la escuela, porque le sobran luces del entendimiento, capacidades para aprender cómo apartarse del fracaso y, aunque requieran más aplicación, disposiciones con que desaprender las funestas lecciones de una infancia aciaga. Por eso se ha propuesto dedicar, dos o tres días, a pensar si será capaz de volver al instituto con un compromiso duradero para no desconcertarse y desconcertar a quienes con ella estén. Podría incluso conseguir crecido respeto y admiración porque es capaz de mirar más lejos que sus compañeros de edad, resolver problemas más escabrosos que los del cuaderno, y disfrutar intensamente de la maravillosa fortuna de lo ordinario. Resulta difícil, bastante difícil, no dejarse interpelar por ella y resarcirla de tantas sombras negras, de tanto frío inhóspito, de tantas duras lágrimas con tan solo trece años, desde muy pronto rotos y desnaturalizados.

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