Cavilaciones de sombrilla

Ingenuo, se dijo, tras cavilar, entre curiosidad rijosilla y dificultades para el cálculo mental, bajo la sombrilla

Sentado a la exigua sombra del quitasol, en un sitio de primera línea de playa tras la oportuna marcha de una pareja que prefería retirarse porque ninguna intimidad cabía -si es que puede pensarse que una concurrida playa lo procure-, se puso a calcular, aunque le despistaba el paseo de los bañistas, sobre qué cantidad de dinero era esa que estaba negociándose por el traspaso de un jugador de fútbol, Neymar, del Barcelona al club francés, aunque de propiedad árabe, Paris Saint Germain (PSG). Más de 220 millones de euros, cuando pudo ajustar bien la cuenta -entre curiosidad rijosilla y poca soltura para el cálculo mental-, venían a ser más de 36 000 millones de pesetas. Por su edad, cincuentón disimulado, lejos quedaba de la generación del euro, esa que manifiesta preferir, si se les pregunta por ello, el robo de la cartera antes que el del teléfono, acaso porque hasta paguen con el cacharrito y en la cartera ya ni lleven la foto de la pareja. Sorprendido ante el mayúsculo importe, comenzó a preguntarse por cuántas cosas podrían hacerse con ese dineral y si de verdad cabía pagar tantísimo por el traspaso de un jugador de fútbol. A lo primero, era fácil responder porque destinos, personales y sociales, hay de sobra para emplear esa legión de millones. Mientras que, aunque no encontraba razón para lo segundo, descontado el fastuoso desahogo de los árabes que rigen el club francés, creía tener clara una cuestión: nadie da duros a real y el beneficio era seguro, o poco arriesgado, con la operación económica del fichaje. Acto seguido, pareció corregirse a sí mismo, como reconociendo un clamoroso error de percepción, cuando pensó en el pellizco de varios millones de euros que Hacienda reclamaba a otros futbolistas rutilantes y la propina que esas sanciones resultaban aunque le parecieran, antes de ajustar la cuenta del traspaso, un agujero mayúsculo. Ingenuo, se dijo, tras las cavilaciones de sombrilla. Como caía la tarde y tocaba imaginar los escarceos nocturnos, recordó que un programa rosa había descrito las antiguas proporciones áureas, consideradas por Leonardo da Vinci en el Hombre de Vitrubio, para dar con el canon de la hermosura masculina. De modo que pensaba mirarse al espejo para comprobar en qué forma la distribución de su rostro se asemejaba a la del hombre tenido por más guapo: George Clooney. Así, hasta que llegaron sus sobrinos pequeños para recordarle que esa noche los había invitado al Burger King.

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