JOSÉ mOYA YOLDI

Abogado

Gracias, don Manuel

Su magisterio vivirá siempre, porque su esencia es de duración indefinida

Don Francisco Ballester sostiene que usted, don Manuel, encarna al abogado del futuro, ése que la inteligencia artificial no podrá sustituir. Usted es el abogado de antes, de ahora y de siempre, con el espíritu que ha forjado el alma de nuestro despacho; un amor apasionado por el Derecho, la Justicia, la Ética. Y su resultado cotidiano: la defensa entusiasmada de los intereses del cliente, por encima de los de uno mismo o los del despacho; el rigor y la honradez como signos de identidad; el trabajo como servicio a los demás y el estudio como acto de humildad; y la lealtad irrenunciable a estos valores a costa de lo que haya de pagarse. Su fórmula no falla nunca, se sobrepone a tendencias y a revoluciones digitales, y asegura la excelencia profesional y humana. Por eso su Magisterio vivirá siempre, porque su esencia es, como las personas jurídicas, de duración indefinida, y porque su escuela se afanará en que nos observe como los "abogados de una pieza" que quiere que seamos.

Esta conciencia no sólo nos la transmitió en el trabajo, sino en tantos rasgos generosos. En los cafés a los que nos invitaba a diario, que nos han marcado para siempre; con su callada omnipresencia, propia de los genios, o con el halo de grandeza con que completó su natural sencillez. Y trabajando hasta el final, con la agenda organizada para cuando volviera de la inoportuna operación quirúrgica en la que recibió su postrera cornada. Su Buena Muerte es cosa de Él, don Manuel, al que acudimos juntos las mañanas de Martes Santo, a su Universidad, a la que tanto amó y que tanto le debe.

Gracias eternas de toda su familia del despacho, como usted nos llamaba. Por sus deliciosas anécdotas, de una vida plena y un ejercicio profesional apasionante, de hombre culto y humanista, irrepetible. Por su ingenioso sentido del humor, por su afable sonrisa y sus cariñosos gestos. Gracias, Maestro, por poner su inconfundible sello a todo lo que tocó, por sus lances precisos y sintéticos, por su asertiva exigencia, por sacar tiempo para todos y el infalible "¡adelante!" cuando se tocaba su puerta. Usted siempre estuvo, don Manuel, para un enfoque certero o para jugársela sin recelo por un amigo al que habían negado. Y, sobre todo, gracias por hacernos sentir especiales, por agradecer y reconocer de corazón una mínima contribución a sus soberbias obras, por su inmensa generosidad y por luchar por nuestros respectivos desarrollos.

Don Manuel, a este último viaje no le conducirá su inseparable Florencio, pero descuide que allí le esperan Javier y Luis. Por favor, dígales a don Francisco Hidalgo y a Luis que no podemos olvidarles. Y en su próxima tertulia del Coliseo de allí arriba, cuéntele a mi abuelo Juan que usted y él siguen inspirando cada uno de mis pasos en la abogacía.

Llegó "el ladrón que no avisa", don Manuel, pero no se llevó su Magisterio.

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