Desde niña reflexiono sobre la mala suerte que tiene el humano, único ser sobre la faz de la tierra que tiene que pagar toda la vida para estar sobre ella. El mar, las plantas, el cielo, todos tienen su papel, pero viajan sin billete en esta nave espacial de color azul. No quiero decir que no haya que ejercer una profesión y ofrecer un determinado servicio. El intercambio de energía en el dar y el recibir es necesario para que funcionen las fuerzas de la naturaleza. Pero quizá se llevó tan al extremo que nos encontramos metidos en una rueda de ratón de la que es difícil salir. Queremos que nuestros hijos estudien carrera y máster, que encuentren trabajo en una buena empresa y terminen entrando en la misma rueda. Creo que así se somete sin duda la creatividad y el potencial único de cada ser humano. La diferencia de un simple trabajo para vivir y una vocación es clara. Uno te hace pagar los recibos, el otro te da la vida y esa energía interna que hace mover montañas. ¿Pero qué hace falta? Hacen falta facilidades para que la gente creativa pueda concretar sus ideas. Hace falta que alguien con capacidad de decisión real se ponga en la piel de quién está comenzando. Es imposible que una persona que no tenga un colchón para vivir de sus ahorros durante varios años pueda sacar adelante su proyecto... y creo que no hay mucha gente, sobre todo gente joven, que se lo pueda permitir, eso contando con que hayan conseguido crédito bancario, a restituir religiosamente, con gran esfuerzo y altos intereses, y pague un impuesto como trabajador autónomo desorbitado respecto a otros países europeos. Así pues, y desde mi propia experiencia, puedo decir que emprender en este país es cosa de ricos y vehementes. Más que una reforma del trabajo de autónomos lo que se necesitaría es un milagro.

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