La opinión invitada

Una cuestión de justicia

  • ¿El pollo como producto reclamo?

Ala 01:00 de la mañana, en una fría sala de reuniones de un moderno edificio a las afueras de Madrid, una decena de hombres y mujeres trajeados charlan relajadamente y beben café. La reunión está a punto de empezar. Sobre la mesa, unas cuantas decisiones por tomar: varias referencias por eliminar de los lineales, planes para abrir un nuevo establecimiento en Sudamérica y las ofertas que ocuparán la portada del folleto para los próximos quince días.

-¿Detergente otra vez? Ya lo metimos el mes pasado…, dice uno de los ejecutivos.

-Usemos el aceite. El aceite nunca falla, recalca otro.

-¡La leche! No os olvidéis de la leche, interrumpe la de más allá.

-Ya lo tengo. Usaremos el pollo.

-¿El pollo?

-Es la carne más consumida, ¿no?

-Sí. Es cierto. Adelante. Usemos el pollo. Prepararemos una oferta que nadie podrá resistir.

Mientras tanto, a un par de horas en coche de allí. Antonio se derrumba sobre la mesa de su pequeño despacho en la nave de su explotación. Se ha levantado muy pronto, como todos los días. Total, últimamente apenas duerme. No quiere que los chicos se den cuenta, pero a Belén, su mujer, y a él, cada vez les cuesta más disimular su preocupación. No les salen las cuentas.

-¿Has visto el folleto de este mes? -pregunta Antonio a su mujer.

-No. ¿A cuánto lo ponen?

-A 2,15.

-¡Dos con quince! -se indigna Belén-. Pero si a nosotros ya nos cuesta más que eso producirlo.

-Sí, Belén. Ya lo sé.

Antonio lo sabe bien. Los costes no han dejado de subir y sin embargo cada vez les pagan menos por sus pollos. Varios compañeros de la zona han ido cerrando en los últimos años, mudándose a la ciudad y buscándose la vida en otros sectores. Pero él se resiste. Montó su granja con toda la ilusión del mundo, con la ayuda de sus padres y el apoyo incondicional de su mujer. Las perspectivas eran buenas. El pollo tenía pinta de convertirse en una carne de consumo masivo en los próximos años. Y alguien tenía que criar a los animales.

Al principio la explotación iba viento en popa. El avícola parecía un sector estable y con futuro. El trabajo, muy esclavo, pero, "¿cuál no lo es?", se consolaban Antonio y Belén. Gracias a su granja podían quedarse en su pueblo y criar a sus dos hijos. Sin grandes lujos, es verdad, pero sin apuros.

Antonio no tenía muy claro cuándo empezaron a torcerse las cosas. Tal vez cuando la factura de la luz empezó a subir de forma alarmante, o cuando los piensos comenzaron a encarecerse semana tras semana o cuando en el matadero en el que siempre entregaba sus pollos le dijeron: "Antonio, esta semana tengo que bajarte 20 céntimos". "No me jodas, Paco -exclama-. Sabes que a ese precio ni de lejos cubro los costes". "Ya, lo siento. El precio no lo marco yo. Lo marcan los de arriba". "¿Los de arriba? ¿Quién narices eran los de arriba?", se preguntó Antonio.

Lejos de allí, a las afueras de Madrid, la reunión ha terminado. Las decisiones han sido tomadas y las órdenes han sido dadas. El kilo de pollo entero se venderá los próximos quince días a 2,15 euros el kilo. Todo es perfecto. Los consumidores adoran el pollo, es barato, nutritivo y muy versátil. Acudirán en masa a los supermercados a comprar su carne favorita y, ya que están, se llevarán también detergente, chocolate, unos refrescos y unos chicles, que nunca vienen mal.

-Oye, pero con el pollo a 2,15 no ganamos nada, ¿verdad?, pregunta en voz baja uno de los hombres trajeados, uno de los recién llegados, al acabar la reunión.

-¡Claro que no! Con unas cosas se gana y con otras se pierde. ¡Con eso contamos! El pollo es el caramelo, amigo, como lo son la leche o el aceite. No necesitamos ganar con eso. Ya lo hacemos con otras cosas -explica sonriente-. Y ahora vámonos a comer.

Durante los quince días que durará la oferta de esta gran cadena de la distribución, el sector avícola perderá más de diez millones de euros. Diez millones que suponen empleados despedidos, granjas cerradas y familias que pierden su principal sustento. La carne de pollo, la más consumida en España, se convertirá en un simple reclamo de los consumidores, que disfrutarán de un ofertón que es en realidad insostenible e injusto y que en sus economías domésticas tendrá una repercusión insignificante.

La venta a pérdidas está prohibida en España. Varias leyes -la de comercio, la de la cadena alimentaria- regulan e intentan evitar que la distribución haga ofertas abusivas que destruyen el valor del producto y no son más que pan para hoy y hambre para mañana. Pero son demasiado poderosos. Pareciera como si quienes tienen que actuar se vieran incapaces. Parece que les dan miedo.

A nosotros, no. Los ganaderos nos rebelamos contra esta injusticia. Queremos seguir trabajando dignamente y cobrando precios justos por nuestros productos. Es cuestión de unos céntimos, no queremos hacernos ricos, sólo un poco de sentido común en el mercado para que lo que paga el consumidor se reparta con justicia y no nos veamos obligados a cerrar nuestras explotaciones.

La avicultura de carne genera 50.000 empleos directos en España. Sin embargo, a pesar de ser la carne que más incrementa su consumo con la crisis, desde 2005 un 20% de las granjas ha echado el cierre, pasando de 6.000 explotaciones a menos de 5.000 en la actualidad.

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