Cádiz y sus teatros

Teatros para la vida de Cádiz

  • En cuestión de teatro en Cádiz, el tiempo pasado fue mucho mejor. Esa es al menos la impresión que el observador de hoy saca cuando echa una simple ojeada histórica a los antecedentes

DIGÁMOSLO claro: en cuestión de teatro en Cádiz, el tiempo pasado fue mucho mejor. Esa es al menos la impresión que el observador de hoy saca cuando echa una simple ojeada histórica a los antecedentes. No hace falta remontarse a la época romana, cuando el de Gades era el mayor teatro de la provincia hispana. Sus restos pueden admirarse hoy junto al Campo del Sur para hacernos una idea bastante aproximada. Después, la oscuridad diría un lego en la materia. Mucho después, pasada esa época oscura que empezó en la Tacita tras la marcha de los romanos y que duró hasta que empezaron a llegar las riquezas de América, el Teatro, en todas sus manifestaciones, se instaló en la vida gaditana como un componente de distracción y cultura de primerísimo orden. Y es de envidiar de qué manera se involucraron en su desarrollo y mantenimiento todas las clases de la ciudad, pero fundamentalmente las que más podían: es decir las comunidades religiosas o relacionadas con la Iglesia, y los comerciantes de ese gran Cádiz del siglo XVIII.

La historia que conocemos hasta ahora, y que debe mucho al investigador Ricardo Moreno Criado y a su obra Los teatros de Cádiz, publicada en 1975. Por ella sabemos que naturalmente existieron varios corrales de comedias en aquellos tiempos dorados del Siglo de Oro, los años de Lope y Calderón, pero el que tuvo más larga vida fue el que montó en 1611 Gaspar Toquero, que tuvo que traspasar poco después por no ser muy rentables las condiciones que le puso una cédula real que le obligaba a dar buena parte de sus beneficios a la Casa de Misericordia de los Hermanos de San Juan de Dios. Estos terminaron por quedarse con la gestión del Corral durante siglos, lo que les permitió tener una estupenda fuente de ingresos para sus fines caritativos.

Tanto se animaron los Hermanos que en 1780 construyeron un teatro frente al Corral, ya en el solar de que lo que ahora es el Centro Municipal del Palillero. Este ya tuvo un nombre rimbombante: Teatro Principal, que fue uno de los mejores de la España de su época, proyectado por el gran arquitecto Torcuato Cayón, que participó en obras tan importantes como la Catedral de Cádiz y el Hospicio. Los avatares de la historia no pudieron dejar de lado a esta importante dotación, como se diría ahora. La desamortización le tocó de lleno, y el Teatro pasó a manos privadas, que hicieron del local un auténtico lujo de instalaciones y programación. Era la sociedad gaditana la que soportaba ese esfuerzo, es decir, que el teatro era privado y se financiaba muy principalmente de las aportaciones de una Junta de Accionistas que en realidad eran propietarios de los palcos, que se transmitían por generaciones. La ciudad implicada en su cultura, diríamos desde un punto de vista optimista.

Cuando el Ayuntamiento intervino fue para derribarlo en 1929, compró el Teatro y en su lugar puso el Cine Municipal. Y ahí está como centro municipal.

LA UNIVERSAL CÁDIZ DEL XVIII

Un aspecto admirable de la época de esplendor de Cádiz es su capacidad para acoger una amplia colonia extranjera, y cómo eso dio lugar a costumbres importadas e influencias enriquecedoras.

En 1739 José Jordán comienza las gestiones para la construcción del Coliseo de Ópera Italiana, lo cual quiere decir que existía una demanda de este género, aumentada seguramente por el gran número de residentes de esa nacionalidad u origen. Su intención topó con la Comunidad de San Juan de Dios,que temía perder ingresos, pero no pudo hacer nada . Se construyó de madera y en un lugar que ahora no conocemos. Lo que sí se sabe es que tuvo una amplia programación de óperas italianas del XVII, conciertos y bailes, y que ya existía la insana costumbre de tener dentro una especie de cantina con unos precios exorbitantes. Su mala administración lo llevó a la quiebra en 1768.

Pero incluso más éxito tuvo el Teatro Francés que se abrió precisamente el mismo año que cerró el Coliseo italiano, que promovió Santiago Jacobo Constantin. Óperas y comedias en lengua francesa fueron su oferta y su sustento un buen grupo de suscriptores galos. El edificio se abrió en la calle Hércules, con tanto éxito que el viajero inglés Richard Twiss consideró durante una visita este local como la mejor sala fuera de Francia. Sus espectáculos eran brillantes y con un “lujo excesivo”. Duró casi 30 años, porque los socios no pudieron soportar tanto gasto, pero tuvo una influencia enorme en las costumbres locales. Un informe del Ayuntamiento del 3 de octubre de 1788 lo describía muy gráficamente: “...Cuando dio principio la comedia francesa se dejó ver un teatro nunca conocido, brillante, ostentoso y de un lujo excesivo. Los actores y actrices que vinieron fueron en crecido número, e inmensos sus criados y dependientes, que a proporción unían al descaro propio de su ejercicio cierto libertinaje. Introdujeron modas, adornos y costes en los trajes, que si no llegaron a rayar con la inmodestia, a lo menos estaban cerca con espanto de los que conocieron antes este vecindario. Se pobló un barrio de unos como colonos, que por la novedad arrastraban hombres y mujeres, mirándose como desairada la que no seguía sus máximas en el adorno, finalmente se enriquecieron muchos de ellos y muchas por las tiendas de modistas que poblaron a nuestras calles, que aún subsisten en traspaso, habiéndose retirado ricas...” Debió de ser bonito de ver.

EL FRUCTÍFERO SIGLO XIX

El siglo XIX vio nacer también varios establecimientos, como el que se creó en 1811, en pleno cerco francés para distraer al pueblo de las penalidades del sitio y los bombardeos. Manuel García le llamó San Fernando, pero se le conoció como Del Balón por estar cerca del antiguo campo de ese juego, y fuera del tiro de los cañones franceses. “Edificio mezquino y de mal gusto, sólo propio para aquellos días”, según Alcalá Galiano, sin embargo tuvo gran aceptación popular, y sirvió también para muchas proclamas patrióticas y lectura de partes de guerra. Gracias a varios embellecimientos pervivió hasta casi finales de siglo, con obras numerosas y de gran calidad.

Pasada la segunda mitad de este siglo, el Ayuntamiento entendió que había que dotar a la ciudad de un teatro de primer orden y eligió la que ahora es plaza del Falla para ello. Allí existía un circo de madera que había utilizado para sus espectáculos la compañía ecuestre del italiano Gaetano Cinisili. Después de un concurso público, en 1870 comenzaron las obras del Gran Teatro, un edificio de madera, con un exterior sencillo pero un interior suntuoso, que se inauguró al año siguiente con Fausto y que siguió con mucha dedicación al género hasta que 10 años después de su apertura ardió en un violento incendio que lo dejó calcinado. Fin del primer teatro en la plaza del Falla.

Pero poco antes, en 1877, nació en la calle San Miguel el Teatro Cómico, que se convirtió pronto en el favorito de los gaditanos. Pequeño, con un aforo de 500 personas, se ganó fama de público culto y exigente. En él ofreció un concierto en 1899 un joven Manuel de Falla, con 23 años. Falla volvería en 1902, en lo que seguramente fue su última actuación en Cádiz. El teatro decayó poco a poco y en 1924 empezó a dar cine mudo. Las últimas obras teatrales se dieron en 1932. Poco después se dedicó íntegramente al cine, casi especializado en películas del Oeste. En 1968 se le hizo una reforma y pasó a llamarse Cine San Miguel, pero cerró a principios de los 70. Dentro de poco renacerá como Teatro Estable de Títeres de la Tía Norica y comenzará una nueva vida basada en este símbolo de Cádiz.

Hubo muchos otros teatros pequeños en Cádiz, teatros de verano, teatros del parque, teatros de aficionados.... El siglo XX vio nacer también el desaparecido Teatro Andalucía, que acogió tanto teatro como cine y variedades, pero el acontecimiento que más toca a la historia que estamos intentando contar en este suplemento se produjo un 7 de agosto de 1881, poco después del incendio que acabó con el Gran Teatro. En casa de José de la Viesca se produjo una trascendental reunión entre miembros señalados de la burguesía gaditana, que no podía prescindir de un instrumento vital de cultura. Allí, junto con los cabezas de familia Macpherson, Aramburu, De la Calle, Terry, Arcimis e Izaguirre, decidieron formar una sociedad encargada de construir el nuevo Gran Teatro. Un millón de pesetas repartido en cuatro mil acciones de 250 hicieron posible que la idea empezara a andar. Hubo que esperar, eso sí, casi 30 años de trámites, permisos y parones que duraron lustros para que en 1910 pudiera abrirse con la ópera la Bohéme el que ahora es centenario Gran Teatro Falla. Fue en buena hora, y ahí está, con una estupenda salud que aguantaría mucho más trabajo del que se le da.

 

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